When you FALL in love. (11)

El móvil no paraba de sonar y Kath estaba de los nervios. No quería colgar porque, a fin de cuentas, era su amiga; pero por otra parte tenía ganas de mandarla a tomar viento fresco de una vez por todas. A la decimoctava llamada, decidió cogerlo.
-No voy a salir, Carol –se adelantó.
-Venga, tía, joder. ¡Créeme! No te arrepentirás –afirmó ella.
-Dime qué tiene este botellón que no tengan los demás.
-Es una sorpresa, no puedo decirte nada.
-Odio las sorpresas –contestó, molesta.
-¿No confías en mí? –se ofendió su amiga.
-No seas chantajista –replicó Kath.
-Pero, pero, pero, pero…
-Dime de qué va la cosa e iré.
-¿Prometido?
-Prometido, pesada.
-Bueno, verás, es que… me han pedido por favor que te lleve aunque sea a rastras.
-¿Quién?
-Alguien.
-Carol –la apuró.
-Joder, tía, no puedo decirte más. Sólo te diré que es alguien a quien hace mucho que no ves y que te echa de menos.
-¿Chico o chica?
-Buenorro –rió Carol.
Kath sintió una opresión en el pecho; otro de sus famosos presentimientos. Esta vez, sin embargo, esa sensación era relativamente buena. Fiándose, como de costumbre, de sus infalibles corazonadas, dejó a un lado su mundo fantasioso y volvió a la realidad.
-¿A qué hora quedamos?

Montada en la parte trasera de la moto de su amigo Mark, Kath sentía que aquel presentimiento que la había perseguido desde que habló con Carol se iba haciendo mejor, más intenso. La moto corría a tal velocidad que las calles que se extendían a su alrededor parecían simples paisajes borrosos. Le vino a la mente una noche no muy lejana, a penas dos semanas atrás: montada en la parte trasera de una Suzuki negra con fuegos salvajes pintados en los laterales, Dany la llevaba a lo que parecía ser una noche desastrosa; noche que terminó por ser la más recordada por Kath en los días posteriores. Al evocar el recuerdo de su breaker particular por tan solo una noche, sintió que sus dos ojos color cielo se ahogaban en un mar de lágrimas silenciosas que amenazaban con salir a flote, buscando en vano el calor con el que solo él podía hacerlas desaparecer.
De repente, el aire que azotaba sus facciones se detuvo.
-¿Te pasa algo, Kath? –inquirió Mark al verla sollozando.
-¿Qué?
-Estás llorando.
-¿Yo? Que va, que va, es del viento este que me hizo daño –mintió.
-¿Seguro?
-Sí, tonto, no te preocupes.
-Bueno, ¿eh? Que no me entere yo de que le hacen algo a mi enana porque vamos… -la abrazó.
-¿Sabes que te quiero, feo?
-Pero yo más, enana.
-No empecemos, ¿eh? Que siempre gano yo –rió.
Mark la abrazó en un intento por hacer que aquellas lágrimas que tanto daño le hacían a su mejor amiga desparecieran. Ella se dejó abrazar, sabedora de que Mark lo hacía con la mejor intención del mundo. Una mirada cargada de celos se detuvo al lado de dónde estaban ellos. Cuando Kath se dio cuenta, se apartó de él rápidamente. Hubo un silencio incómodo que pareció durar una eternidad.
-Hey, Kath –dijo Carol, rompiendo el hielo- ¿por qué no vamos a dar una vuelta?
-Me parece bien –respondió, guiñándole el ojo.
Se alejaron de aquel escenario. De fondo, tenían los gritos de Hilary, la novia histérica de Mark, y a este último intentando tranquilizarla.
-Siempre igual, joder… -susurró Kath.
-No te rayes, tía –la tranquilizó Carol- ya sabes cómo es Hil.
-Sí, tía, pero sólo se cabrea conmigo; ni que le tirará los tejos a Mark, la hostia.
-Venga, pasa del tema. Esta noche no están permitidas las rayadas –rió.
-Ostras, cierto, ¡mi sorpresa! Quiero saberla ya –le urgió Kath.
-Tranquila, tranquila. Quédate aquí –señaló un pequeño bloque de hormigón que parecía medio estable.
-¿Y tú dónde vas?
-A por tu sorpresa. No tardo.

Sin darle tiempo a reaccionar, salió a correr en dirección al gentío, perdiéndose entre gritos y olor a alcohol. Kath, por su parte, empezó a dar vueltas alrededor de un círculo intentando para matar el tiempo. De pronto, esa corazonada que la llevaba persiguiendo toda la tarde se hizo más fuerte, mucho más que antes. Empezó a mirar en todas direcciones, buscando el motivo por el cual su corazón se aceleraba tantísimo. Aunque, en el fondo, lo sabía muy bien. En una de sus cortas búsquedas, se topó con unos ojos color miel mirándola fijamente desde una distancia no muy lejana. Sus latidos aceleraron la velocidad en menos de una milésima, sus mejillas se colorearon y las lágrimas antes contenidas salieron a flote, esperando ser rescatadas por aquella cálida mirada.

El diario de Kyla

París.
Oh, París. Magnífica ciudad, ¿no crees? Mi rincón favorito sin lugar a dudas es el Parc du Monceau. No sabes cual es, ¿no? Claro, no es tan famosísimo como la Torre Eiffel ni los Campos Elíseos pero es mi refugio predilecto. Se encuentra a unos veinte minutos -andando a paso normal- de la Rue Balzac, mi lugar de residencia actualmente. Hace dos semanas que me mudé aquí por motivos de clima y tal: es verano. Desde que tengo uso de razón, llevo viniendo aquí, a París, a pasar un mes de verano con mi padre para que no se queje de que Sam, mi progenitora, acapara toda mi atención. ¡Por favor, que excusa tan pobre! Lo único que quiere es demostrar que él manda en la –no-relación. Patético según mi perspectiva. Pero en fin, en el fondo sigue siendo un niño. Quizás por eso me lleve tan bien con él (en ocasiones). Bueno, el caso, que aquí estoy, sentada bajo Pupi, el arbolito que me acogió hace ya casi un año, escribiendo en mi pequeño diario la gran historia de mi vida.
No sé qué anotar primero… pero supongo que empezaré por el principio, ¿no?
Y el principio es… la historia de cómo encontré a Pupi. Veréis, todo comenzó hace, como ya dije antes, casi un añito. Acaba de instalarme apenas dos días atrás y me aburría bastante en casa. Entonces… oh, esperad, mi móvil.
¡Tardona! ¿Dónde estás? Te recuerdo que hemos quedado a las siete y son ya casi y cuarto. Venga, te espero, ¡pero no te retrases! No están esperando ;)
Mierda, se me olvidó que había quedado con Aline o Ali, como le digo yo cariñosamente. Pues nada, otro día te sigo contando, ¿si? ¡Un besito!

¡Ay, se me olvidaba! Me llamo Kyla. ¡Encantada de conocerte!

When you FALL in love. (10)

Tras una agónica semana, Dany consiguió olvidar puntualmente a Kath: intentaba no pasar mucho tiempo a solas, simplemente el justo y necesario para ducharse y dormir. El resto, lo pasaba en la calle bebiendo y fumando hasta olvidarse de quién era y de por qué se maltrataba de aquella forma.
La mente de Kath sin embargo trabajaba de un modo algo diferente: cuanto más tiempo pasaba, más nítido recordaba aquel maldito beso que tantas lágrimas le había costado. Decidió, pues, poner punto y final al tema “Dany” y seguir su vida con normalidad, tal como hacía apenas unas semanas; faltaba poco para que empezara el instituto y no iba a desperdiciar lo poco que quedaba de verano.

-¡Ese Dany ahí! –gritó Jake.
-Podrías cambiar de repertorio, ¿no? –bromeó él, dándole un codazo amistoso.
-¿Vienes esta noche al vivero? –inquirió otro chaval que estaba de paso.
-¿Eh? Ah, sí, supongo que iré.
-Allí te veo –le hizo un gesto de despedida con la mano y siguió su ruta por aquella congregación de gente.
-¿Qué hay en el vivero?
-Estarás de coña, Dan…
-¿Me ves cara de que esté bromeando?
-No…
-Venga, Jake, tío, no tengo toda la mañana para que me digas que mierdas hay allí.
El interpelado soltó una sonora carcajada que encendió los malos humos de Dany, que ya estaban tentados a estallar desde que salió de su casa.
-Vale, vale, tranquilízate. ¿Te acuerdas que el miércoles nos encontramos con Chris y empezasteis una discusión a grito pelao?
-No. No me acuerdo si quiera de qué he desayunado.
-Increíble… -fingió sorprenderse.
-Al grano, coño.
-Bueno, pues dijiste no sé qué de un enfrentamiento. Creo que hablaste del que tuviste con Brett en la plaza, ¿te acuerdas? Que te trajiste a la piba esa.
Dany sintió cómo se le aceleraba el corazón al recordar aquella noche, aunque intentó disimularlo delante del cotilla de su amigo.
-El caso –continuó Jake- que le dijiste que cuándo quisiera y dónde quisiera, y cito textualmente, le concederías el honor de perder ante ti. Total, hoy a las once hay un botellón por la fiesta del barrio que hay al lado del vivero y eso se va a llenar de peña. Quedasteis en competir hoy.
-Mmm… -Dany intentó asimilar aquellas palabras antes de estallar-. ¿Y se puede saber por qué cojones no me has avisado antes? –gritó.
-Porque creí que lo sabías –contestó en todo calmado-. Deberías irte a ensayar si quieres.
-Eso haré.
Se dio la vuelta y emprendió a paso ligero una corta marcha. Detuvo su andar y se giró hacia su amigo.
-Jake… ¿quién es Chris?
Este se echó a reír de nuevo, colocando las manos sobre el vientre para intentar calmar el dolor.
-Tío, ¡Chris! El pretendiente de tu ‘novia’ –se burló él-. Menos mal que no sabe nada del tema, si no hubieras quedado fatal ante Brett.
-Me cago en mi puta madre… -susurró. Acto seguido, echó a correr en dirección a ningún lugar.

When you FALL in love. (9)

Los días siguientes transcurrieron con la normalidad habitual, como si nada hubiera pasado.
Kath estuvo día y medio castigada; su madre era una blanda a pesar de que ella se negaba a salir. Cada atardecer, a partir de las ocho, se sentaba en el sillón frente a su ventana, viendo aquella puesta de sol que había disfrutado en silencio mientras corría en la moto con Dany. Tenía el móvil cargando durante todo el día con una falsa esperanza y su mp3 se resistía a rayarse a pesar de estar escuchando durante más de cinco horas seguidas la misma canción.
Dany por su parte seguía yendo a aquel portal, el número doce, cada noche; pero su presencia se desvanecía poco a poco: ya no podía oler su aroma con tanta claridad como algunos días atrás; ya no recordaba con nitidez el tono de su voz y los momentos juntos pasaban por su mente como imágenes borrosas. Necesitaba verla, y lo necesitaba ya por mucho que él quisiera negarlo.
Hubo una ocasión, en uno de los muchos botellones a los que asistía, en la que se dejó seducir por Alex para intentar olvidarse de su presencia por un momento. El remedio fue peor que la enfermedad: cada beso, cada caricia, cada palabra le parecía basta en comparación con Kath. Definitivamente estaba loco. Pero, ¿loco por qué? ¿O por quién? Necesitaba respuestas y sólo una persona podía dárselas.

La calle de Cotham Vale, una calle de personas de clase media alta, se convirtió en el sitio de reunión de las pandillas nocturnas y los alcohólicos adolescentes. Con la esperanza de que la curiosidad de Kath los volviera a reunir, Dany no faltaba ni una sola noche a aquellos botellones que había en frente de su portal. Cada madrugada, se quedaba parado ante él, preguntándose por qué Kath no salía a su encuentro. Al ver que sus intentos de verla eran en vano, se dio por vencido y la fiesta se trasladó de nuevo a la plaza de siempre. La última noche que pasaron allí, le pareció verla paseando entre los árboles que había en el parque que estaba pegado a aquella ruidosa plaza. Borracho como una cuba y con un porro en la mano, corrió a su encuentro seguido de Alex, que no le dejaba ni respirar sin que ella lo hiciera a la vez. Se paró desilusionado al ver que, obviamente, en ese parque no había nadie. Cabreado, agobiado por su perseguidora, pero sobre todo, melancólico por algo que apenas había disfrutado unas horas, tiró el porro contra la corteza del árbol más cercano. Alex se quedó a una distancia prudente, temerosa de que ese Dany violento que apenas salía a escena le hiciera algo. Él, tan tocado que no sabía ni lo que hacía, fingió arrepentirse de comportarse de tal manera ante ella, mintiéndose así de que las lágrimas que inundaban sus ojos y corrían por sus mejillas eran pura ficción, cuando en su más profundo ser, ese que sólo una persona había logrado tocar, sabía que no eran más que lágrimas de dolor. Buscando una salida fácil, buscó refugio en los brazos de Alex, quien lo estrechó entre sus brazos y le besó con fiereza aprovechándose de la situación. Dany se dejó llevar, completamente borracho y triste, muy triste.
Lo que no sabía, es que en la ventana cuatro del piso número seis que daba al parque, portal doce, había un par de ojos azules encharcados en lágrimas observando la escena.

When you FALL in love. (8)

Estuvieron más de media hora sobre la moto: unos quince minutos escapando y otros tantos abrazados. Kath estaba muy nerviosa después de aquella incómoda situación con Brett y lo único que quería era refugiarse en sus brazos, en aquellos que le daban tanta seguridad y tranquilidad, aquellos que siempre había rechazado y ahora la hacían sentirse tan bien. Ninguno hablaba apenas: simplemente se sentían cerca, piel con piel, respiraciones y latidos acompasados. De vez en cuando, Dany frotaba su mano con el brazo de Kath para hacerla entrar en calor.
-Venga, Kath, no te pongas mal –le repetía Dany continuamente-. Ese gilipollas no te ha hecho ni te va a hacer nada.
Ella se limitaba a asentir en silencio, dejándose abrazar y acariciar por el suave tacto de Dany. Cuando quiso darse cuenta de la hora que era, fue demasiado tarde: la bronca la tenía asegurada.
Se levantó deprisa, dejando a Dany sentado en el suelo con una mueca de fastidio.
-Si vas a llegar tarde de todas maneras, joder, ¿qué importará que nos quedemos un ratito más?
-El castigo será menor o mayor dependiendo de la hora, y paso de quedarme encerrada el resto del verano en mi casa –mintió ella.
-¿Acaso sales a menudo?
-Sí
-Nunca te veo.
-No frecuentamos los mismos sitios ni tenemos las mismas amistades –le recordó ella.
-Eso podría cambiar –respondió él en tono sugerente.
-Hasta ahora nos ha ido bien así, ¿no?
-Hasta ahora.
Sin ganas de seguir discutiendo, montó en la moto dando a entender que la conversación se había acabado. Kath se montó en la moto tras de él, decepcionada por aquel final tan poco provechoso. No hablaron durante el viaje de vuelta y tampoco parecía que fueran a hablar cuando llegaran. Sin embargo, Dany se dignó a desearle buenas noches y se fue, sin darle tiempo siquiera de responder. Ella se quedó ahí, de pie, esperando un retorno que nunca llegaría. Cuando hubieron pasado unos diez minutos, decidió subir a su casa y afrontar lo que se le venía encima.

De repente, la noche que antes le había parecido mágica se volvió sombría; la suave brisa, un viento helado; su alegre sonrisa, una triste mueca sin sentido alguno.
¿Qué había cambiado desde que dobló aquella maldita esquina? ¿Por qué ahora se sentía tan solo y deprimido? ‘Sólo han pasado diez minutos, joder. Estoy harto de hacer cosas así, siempre me pongo igual’, se mintió. Entre pregunta y pregunta se acercaba un poco más a su destino, y eso no le agradaba.
Cuando llegó, sopesó la idea de darse la vuelta pero ya le habían visto.
-¡Dany, campeón! –se oyó a lo lejos.
Se bajo de la moto con tranquilidad y se acercó a dos chicos.
-Dame uno, Jake –le dijo al más bajo señalándole el cigarro que tenía entre los dedos.
-¿Cómo ha ido? ¿Besa bien? ¿Te la has tirado? ¿Te ha dado plantón? –miles de preguntas fueron enviadas a su cerebro, y a ninguna le apetecía contestar.
-No pienso hablar de ello, cotilla–le cortó-. Lo que sí os puedo contar –continuó hablando para los dos- es que el plan salió a pedir de boca y, por lo que se ve, Brettito se piensa que Kath sale conmigo. Si él está jodido, yo estoy bien. Punto pelota.
-Sigo sin entender por qué lo has hecho… -le dijo el otro tipo, el tal Beto.
-Con que lo entienda yo basta y sobra. Me voy a casa, estoy cansado.
-¿Tú? ¿Cansado? ¿No será más bien que has quedado con ella, eh, pillín? –Jake le dio un codazo amistoso en el costado.
-No.
-Eh, bueno, tranquilo. Mañana nos vemos –se despidieron de él y Dany volvió a montar en la moto.
Recorrió media ciudad cabalgando en ella. Notaba como el viento helado le hacía daño en sus facciones y se sentía, en cierto modo, bien por ello.
-Me lo tengo merecido –se dijo.
Antes de volver a su casa, se paró como veinte minutos frente a un portal, el número doce de la calle Cotham Vale. Se sentó sobre los dos escalones que permitían el paso al interior pero por desgracia para él la puerta estaba cerrada y no tenía ganas de pasar la noche en comisaría. Se apoyó sobre la pared y sintió su perfume. Olía a lavanda, un olor suave igual que sus rasgos, sus ojos, su voz, todo. Todo en ella era especialmente frágil o, al menos, eso le parecía a él. Se quedó allí un rato más, recordando cada detalle de aquella tarde, desde las ocho en punto hasta las dos y cuarto, ni más ni menos. Creyó estar de nuevo allí, en ese portal con ella, piropeándola y poniéndola nerviosa; creyó estar en la plaza, sentados en aquella estatua que no le concedió el honor de probar sus labios; creyó estar bailando otra vez para ella, luchando porque sus ojos siguieran sus pasos y no los de Brett; pero sobre todo creyó estar de nuevo en sus brazos, siguiendo con sus bastos labios las finas líneas de su cuello, dibujando con sus dedos su delgada espalda y sintiendo sus corazones latiendo al compás.

When you FALL in love. (7)

Dany irrumpió en el círculo colérico en busca de Brett. Cuando se vieron, se echaron uno encima del otro a grito pelado. Les separaron antes de llegar a golpearse, pero los insultos a voces seguían. Se armó un gran revuelo; Kath no sabía dónde meterse. Las luces de los pisos de alrededor comenzaron a encenderse: vecinos furiosos amenazaban con llamar a la policía, viejas marujas tiraban cubos de agua en ninguna dirección y algún que otro graciosillo apostaba por quién ganaría la pelea, como si de un ring de boxeo se tratase.
Llevaron a Brett y a Dany a metros de distancia entre sí para evitar más enfrentamientos, a pesar de que el público enloquecía por verlos pelear. En medio del gentío estaba Kath, confundida, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Por una parte, quería largarse de allí, montar en la moto de Dany y olvidarse de aquella noche; pero por otra, ansiaba quedarse y que por fin Dany… bueno, no sabía muy bien qué esperaba: sólo sabía que debía quedarse.
A lo lejos sonaba una música repetitiva que amenazaba con acercarse; era la policía.
Aquello se convirtió en una guerra: la gente corría de un lado para otro, buscando refugio en soportales cercanos o montándose en motos, coches y demás automóviles para salir corriendo de allí. Kath, totalmente desentrenada en este tipo de situaciones, se quedó inmóvil, viendo cómo la gente huía sin reparar siquiera en ella. Perdida en sus pensamientos, no se percató de que, no muy lejos de ella, había alguien observándola con interés, esperando el momento oportuno para atacar. Cuando hubo el revuelo suficiente como para que nadie se fijase en su desaparición, Brett corrió en dirección a Kath. Cuando ella le vio, ya era tarde: con una mano sujetaba sus muñecas, la miraba de una manera enfermiza y posesiva y no parecía tener intención de dejarla en libertad.
-¿Qué quieres, Brett? –inquirió ella con miedo.
-No te asustes, pequeña Catherine –dijo él, sonriendo-. Ya es hora de que hablemos, ¿no?
-Yo no tengo nada que hablar contigo.
-Pues yo sí quiero decirte algo, así que nos vamos.
-No voy a ir contigo a ninguna parte…
-Por las buenas o por las malas: tú decides.
-Por las peores –le contestó Kath, escupiéndole a los ojos.
Intentó liberar las muñecas, pero la mano fuerte de Brett las aprisionaba cortándoles la circulación.
-Maldita zorra –le dio una bofetada, haciéndole sangrar el labio.- ¿Te crees que ese gilipollas vale más que yo? ¿EN SERIO LO CREES, CATHERINE?
-Déjame en paz, joder. No sé de qué cojones me hablas.
-Ah, ¿no, Kath? ¿NO?
Algo golpeó a Brett e hizo que perdiera el equilibrio. La prisión que encarcelaba las muñecas de Kath se disipó, y en su lugar apareció un suave tacto que las acarició con cariño.
-Lo siento, Kath, lo siento –le dijo Dany, arrepentido.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y no supo qué responder. Una vez más, Dany rompió el hielo.
-Será mejor que nos vayamos, esto se va a llenar de polis en nada y además –dijo señalando a Brett- no quiero dejarle peor. Vamos.
Empezaron a correr hacia la moto mientras oían a Brett gritarles algo que no entendían. A Kath le daba todo igual: ya estaba con Dany; se sentía segura.

El banco

A las tres y cuarto, Matt salió con aire despreocupado de la aburrida clase de recuperación de matemáticas. Miró por los alrededores de la puerta de su clase, pero no halló nada interesante. Nadie interesante, mejor dicho. Se apresuró a salir al patio por si su queridísima presa prefería ser cazada en un terreno más escondido. Nada, allí no quedaba nada más aparte del barrendero quitando del suelo las bolsas, pañuelos, cigarros y demás basura que tiraban los niñatos por la mañana. Se sentó en el mismo banco dónde había estado hablando con ella, intentando tranquilizar su impaciencia y despejar la mente para maquinar su siguiente paso. Una de las veces que agitó la cabeza en un esfuerzo por aclarar las ideas, vio un trozo de papel blanco bajo la pata del banco que sostenía su peso. Se agachó y se dio cuenta de que era la nota que él le había lanzado cuando puso rumbo al interior del edificio. La cogió, mitad confuso, mitad irritado, y reparó en que en la parte trasera había un mensaje; una letra distinta a la suya.

Oh, querido Matt, tú también eres muy predecible, ¿sabes? Bueno, todos los tíos los sois. Por desgracia, yo no soy prostituta a domicilio ni tengo pensado serlo, así que búscate a otra para que se trague el líquido que desprende tu corto pajarito.
Muac! Jackelyn.

Arrugó el papel entre sus dedos, cabreado porque una niña a la que le sacaba dos años se riera así de él. Ahora entendía a Alex: por muy cabrón que fuera él con las tías, la pequeña Jackel
yn le daba cincuenta vueltas y muy bien dadas además. Decidió, pues, que el ridículo que le había hecho pasar a Alex no se lo haría sufrir a él también. Destrozó la nota pacientemente y la tiró en la papelera más cercana. Después, con paso ligero, se perdió entre los árboles frondosos que guardaban aquel banco de miradas indiscretas, con una sonrisa de suficiencia que no le traería nada bueno al destinatario de ella, mientras se sacaba de su bolsillo derecho material suficiente para dejar volar a su imaginación durante un par de horas.
Tras las rejas que daban el paso del patio al exterior, unos ojos verdes llenos de vitalidad quedaban cegados por el humo de un cigarrillo que exhalaban unos labios color carmesí, cuya dueña poseía el don letal de la joven inocencia.

When you FALL in love. (6)

La música empezó a sonar unos minutos después, acompañada por los latidos sonoros y rítmicos del corazón de Kath al ver a Dany en tal situación. La gente aplaudía eufórica tras cada paso que hacían los dos participantes. Kath, que era una apasionada del break, también lo habría hecho de no haber sido porque uno de los que competían era Dany. ‘Pero qué coño me importa a mi Dany, joder’, se repetía, ‘sea lo que sea que le pase, seguro que se lo tiene merecido por arrogante’.
En cada paso que hacían, se iban acercando un poco más, tanto que hubo una ocasión en la que el juez, o lo que fuera aquel tipo, les ordenó que se separan unos metros. Aquella competición parecía interminable; Kath no hacía más que mirar el reloj: las nueve, las diez, las diez y media. Cuando los dos participantes estaban exhaustos, decidieron hacer una pausa para que pudiera bailar unos cuantos más y ellos pudieran descansar. El primer impulso de Brett al ver a Dany distraído fue lanzarse contra él, pero sus amigos, o algo por el estilo, se lo impidieron para no armar más jaleo del que ya había. Se perdió de nuevo en el gentío, tal como había llegado.
Dany, por su parte, estuvo enseguida rodeado de sus múltiples colegas, los mismos de antes, que le atosigaban con botellas de agua, sudaderas para que se secara el sudor y demás muestras de peloteo. El tal Beto y otro chico un poco más alto los dispersaron para quedarse hablando a solas con él. ‘Esos deben ser los amigos de verdad’, pensó Kath, aún con el corazón latiéndole a mil por hora. Aquella había sido una auténtica competición: dos maestros del break cara a cara. Lástima que con uno no se hablara y que con el otro prefiriera no hablarse. O al menos, así había sido hasta entonces. Perdida en sus pensamientos, no reparó en la figura que avanzaba segura hacia ella. Cuando quiso actuar, ya era demasiado tarde: él se había aferrado a su cintura y había acomodado su barbilla junto a su cuello. Kath no pudo evitar estremecerse cuando notó el aliento de Dany en su cuello.
-¿Estás bien? –preguntó ella intentando liberarse de aquella situación.
-Sí, solo un poco cansado.
Kath se lamentó por haber abierto su bocazas: Dany no la había liberado, sino que había pegado por completo sus labios al cuello de ella y le había respondido tal cual.
Kath suspiró y volvió a estremecerse con aquella sensación. Sintió cómo él dibujaba una sonrisa en su rostro.
-¿No quieres agua ni nada de lo que te han ofrecido tus amigos?
-No, quiero descansar. Vamos al sitio de antes, ¿va?
-Bueno, yo pensé que querrías descansar a solas y…
Sin darle tiempo de acabar, Dany agarró la mano de Kath y tiró suavemente de ella hasta llevarla hasta la estatua de antes. Una vez allí, se sentó para recobrar el aliento y, en un descuido de ella, la sentó en sus piernas. Ella enrojeció levemente, bajando la mirada. Dany intentó romper el hielo a pesar de que le encantaba aquella situación.
-¿Te lo estás pasando bien?
-Sí, bailas genial.
-No te dije lo de los trofeos simplemente por presumir.
-Ya veo.
Kath notó la respiración pesada de Dany e intentó quitarse de encima para dejarle respirar mejor.
-Eh, ¿qué haces? –la agarró y la sentó de nuevo.
-Pensé que quizás respirarías mejor sin mí encima.
-Déjame que yo decida cómo quiero respirar.
-Vale…
-No te pongas nerviosa, no muerdo…aún –dijo sonriendo.
-Tranquilo, no me dejo morder –respondió ella.
-Todo es cuestión de insistencia –rió él.
-Todo es cuestión de aguante.
Se sonrieron, por primera vez, con sinceridad. Él le agarró la mano y se la apretó; ella se dejo mimar. Él apoyó la cabeza en su hombro; ella le acarició el pelo. La infernal música que sonaba de fondo ahora parecía una bonita melodía; los gritos, murmullos hermosos.
En el centro del círculo, interrumpiendo el baile de otros dos participantes, apareció Brett, quien le arrebató el micro al comentarista.
-Eh, tú, Dany, ¿te atreves a arreglar esto como debe ser o vas a seguir escudándote detrás de ELLA? –gritó, furioso.
El interpelado se limitó a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos. Agarró a Kath por la cintura, la alzó y se puso en pie.
-Dany, no le hagas caso. Sólo intenta provocar.
-Lo consigue –respondió.- Déjame divertirme, ¿no? Ese tío no tiene ni dos hostias: le doy una y media y vuelvo.
-¿Y si acabas tú mal?
Él sonrió.
-¿Preocupada?
-Idiota.
-No tardo, Catherine –se burló.- Será mejor que no te acerques mucho si todavía le tienes algo de cariño a ese imbécil.
Dany comenzó a avanzar a paso ligero, cegado por la rabia. Tras él iba Kath, que lo agarró del brazo y le hizo parar.
-Kath, déjame. Te aseguro que no quiero hacerte daño.
Dany se giró despacio hacia ella mientras el círculo de gente miraba la escena con detenimiento.
-Kath –repitió- de verdad, ahora no.
Se deshizo de su agarre y se apresuró hacia la pista, antes de que ella le pudiera convencer de lo contrario.

Love

ÉL.
No sé qué tiene él, pero me gusta. Es más, me encanta. Me fascina. Es algo que… algo que me llena por dentro de una sensación que hasta hace poco desconocía. Raro, ¿eh?
Así es el amor, creo. No sé, nunca antes lo sentí.
¿Qué? No me mires así, no estoy loca. Es la verdad: nunca me he enamorado. O eso creo yo, vamos. No, no, nunca antes me enamoré.
Es bonito, ¿eh? Ese cosquilleo en el estómago, el latido acelerado del corazón, las mejillas coloreadas de un tímido tono rojizo, el temblor en la voz cuando hablas con él, la sonrisita tonta que se te escapa cuando piensas en algo que hizo o que dijo…
Sí, sí, esa misma que tienes tú ahora que estás pensando en él al igual que la tengo yo, dibujada y bien retocada para que nunca se borre.
Ais, el amor, que no avisa cuando llega, como bien dice la canción. Aunque yo creo que a mí sí que me aviso; creo que hasta me hizo señales de fuego desde lo más profundo de mi ser y yo sin darme cuenta. ¡Mira que soy boba! O quizás fue que sí que lo sabía pero que no me quería dar cuenta… no sé, no sé.
El caso es que pasó y bien pasado. Hoy, día ocho de octubre, hago tres meses con mi novio {felicítame, anda [sí, estoy eufórica (es que es tan mono…), ¿se nota?], que te lo agradeceré con un ‘gracias’ muy agradecido} y quería dedicarle una entraducha para que sepa todo lo que significa para mí.
En primer lugar, quiero informaros de que estuvo CINCO meses esperándome (envidiadme si queréis, estáis en vuestro derecho; pero de buen royo, ¿eh?).
En segundo lugar, deciros que está de toma pan y moja y que es solo y exclusivamente pa’ mí (jódete, chicaqueestéporél).
En tercer lugar deciros que no es de mi ciudad y que me importa un pepino si está a mi lado o a doscientos cincuenta mil kilómetros: unas cuantas horas de distancia no podrán conmigo.

En cuarto lugar y último pero no por ello menos importante, que lo amo. Señoras y señores, rumor confirmado: estoy ENAMORADA hasta las trancas y más de ese señorito que se coló en mi corazón discretamente y se ha convertido en su legítimo dueño. Mi okupa de corazón particular; mi bebé grandote, grandote y mi novio por los siglos de los siglos, Amén.

No sé cómo lo hizo, no sé cuánto tiempo llevaba enamorada de él sin saberlo, no sé si quiera si nos hablábamos mucho o poco cuando él se fijó en mí; la verdad es que no sé nada. Solamente sé una cosa que tengo muy clara: LE AMO. Ajam, leíste bien, le amo con todo mi ser y más, mucho más, por sacar a la luz sentimientos nunca antes registrados en mí; por esperarme y aguantarme todo ese tiempo sin garantía alguna de que le diera el sí un día próximo o lejano; por ser, simplemente, lo que más necesito para ser feliz.

Que ese 08.07.09 dure para SIEMPRE.

Att: una chica enamorada de ÉL.

When you FALL in love. (5)

-Eh, Dany, tío, no te alteres, recuerda que tenemos público –dijo una voz delante de él.
-Cállate –se limitó a responder él. Luego, se giró hacia Kath- ¿Estás bien?
-Sí, sí, pero ¿qué pasa?
-¿Qué? Oh, nada. Tenías razón: será mejor que vuelvas a tu casa. Beto –giró su cabeza de nuevo hacia delante, dirigiéndose a aquella voz que antes le había intentado tranquilizar- llévala.
-¿Que qué? No. Que se vaya sola, colega, yo me quedo contigo.
Kath sintió cómo Dany empezaba a temblar de rabia. Se pasó varias veces la mano por la frente en un intento de aclarar sus ideas y tranquilizarse.
-Beto, no seas cabe…
-Si piensas que me has traído hasta aquí para luego largarme a mi casita –interrumpió Kath- te equivocas, majo.
-Eh, piba, baja esos humos, ¿eh? –le dijo el tal Beto.
-Bájalos tú –dijo Dany, enfadado por su contestación.- Yo me encargo de ella. Lárgate.
Sin replicar, se dio la vuelta y se perdió entre el gentío. Dany se volvió hacia Kath, nervioso.
-¿Por qué te has puesto así?
-¿No le has visto? –Dany señaló con disimulo hacia la figura que había aparecido hace poco en la pista.
Kath se giró descaradamente para ver qué podía alterar tanto a Dany, quién siempre solía tener nervios de acero. Era Brett.
-¡¿Brett?! Escóndeme, por Dios –suplicó ella.
En ese momento, Brett fijó su vista en ella, estudiándola de arriba abajo, guardando cada detalle en su corta memoria. Sonrió. Kath empezó a temblar levemente, no sabía si por frío o por miedo.
-Eh, eh, tranquila: no se va a acercar. Hay demasiada gente, ¿ves? –dijo señalando al círculo de gente.
Luego, la abrazó, retando a Brett en toda regla. Este apretó los puños, pero se contuvo al ver que ella se deshacía de su agarre.
-¿Qué pasa?
-Nada. ¿Cuándo bailas?
-Cuando el señorito quiera –gritó Dany en dirección a Brett.
Este, como contestación, se quitó la sudadera, dejando ver unos músculos bien definidos y una sonrisa de suficiencia. Dany le imitó, demostrándole una seguridad en sí mismo que Brett odiaba.
-Dany –dijo Kath-, limítate a bailar.
-¿Tienes miedo, Catherine? –preguntó Dany, satisfecho.
-No –respondió, secamente-. Simplemente quiero que cumplas tu parte del trato y me lleves a mi casa de vuelta.
-Yo cumplí: te di lo que habías perdido. En ninguna parte consta que tenga que acompañarte hasta tu portal.
Kath se quedó helada: en la voz de Dany no había señales de que estuviera bromeando. ¿Cómo volvería ella sola, si ni si quiera sabía dónde estaba? ¿Y si le pasaba algo?
-¿Estás bien? –inquirió Dany, interrumpiendo sus pensamientos.
-Sí, estoy bien. Te veré en septiembre.
-Eh, eh, ¿estás tonta? Estaba de cachondeo. Tú quédate aquí; machaco a este imbécil y vengo a buscarte.
Se apresuró a buscar de nuevo su boca, pero en esta ocasión, la interrupción vino de la mano de uno de los múltiples colegas de Dany.
-Ey, tío, venga sal ya y dale por boca a ese creído –le animó el tipo, entusiasmado.
Dany, molesto, asintió en silencio, mientras ponía su sudadera en manos de Kath y se alejaba lentamente, seguido de sus innumerables ganas de probar el sabor de sus labios. Kath, confundida, avanzó un poco entre el gentío, con el fin de asegurarse un buen puesto para ver bailar a su acompañante.

Amiga mía, princesa de un cuento infinito.
Amiga mía, tan sólo pretendo que cuentes conmigo.
Amiga mía, a ver si uno de estos días,
por fin aprendo a hablar
sin tener que dar tantos rodeos,
que toda esta historia me importa[...]


No, esto no es una historia inventada ni de amor ni nada de eso. ¿No te interesa? Vale, pues no la leas. A mí me importa, así que con eso basta.
Bueno, empecemos por el principio. Octubre del año 2008, clase 3ºD, hora de francés. Yo conocía a casi todos los que iban conmigo a esa asignatura de otros cursos anteriores, pero con ninguno me llevaba excesivamente bien. Así pues, opté por sentarme sola en una mesa más bien alejada para no llamar mucho la atención, como siempre hacía. Algo cambió ese año, en ese mismo curso: había una nueva alumna de francés en mi clase.
-Hola, ¿qué haces aquí solita? -me preguntó.
Me encogí de hombros, sin saber qué decir, como siempre pasaba.
-¿No te juntas con ellas? -dijo señalando al grupo que esta a mis espaldas.
-No, para tener amigas como esas mejor no te busques enemigos -respondí con una media sonrisa en la boca.
Se llamaba Carmen y había repetido tercero ese año, por eso tocó en mi clase. Empezamos a hablar; era maja, pero nunca sería mi amiga porque éramos distintas, demasiado distintas: ella era guapa, extrovertida, simpática, hacía amistades rápido. Yo era feucha, cortada, callada, a simple vista parecía estúpida, para qué mentirnos. No sé que narices vería ella en mí, pero no fue reacia a hablarme ni mucho menos. Nos hicimos buenas compañeras de clase; de clase y nada más.
Poco después descubrí que su abuela vivía cerca de mi casa. Le ofrecí que podía venirse con una amiga y conmigo para no tener que recorrer ese camino sola y ella aceptó. Fue un buen viernes, sí. Nos sentábamos juntas en francés, a veces quedábamos; pasamos a ser buenas colegas.
Un día, en esa clase que empezó a gustarme tanto, me dijo que tenía que contarme algo pero que le daba cosa...
-Es que te vas a reír de mi, tía...
-No seas tonta, no tengo por qué hacerlo -la tranquilicé.
Me lo contó en confianza, lo que en aquel momento podía tomarse como una confianza de amigas. El secreto en cuestión me tomó por sopresa, pero no hice comentario alguno; no me parecía mal tampoco. Esa tarde la llamé y estuvimos hablando acerca de lo que me había contado esa mañana. Ese secreto pasó a ser nuestro secreto.
Sí, definitivamente pasamos a ser buenas amigas. 'Hasta aquí llega la cosa', pensaba continuamente yo. Cada vez que se quedaba a comer en casa de su abuela, nos tirábamos en su portal a charlar con tranquilidad sobre aquellos maceteros (?) que acogieron con cariño nuestras pipas, sobre aquella puerta que fue fondo de tantas fotos juntas y testigo de tantas confesiones.
Cuando se quedaba a dormir aquí, en Badajoz, en vez de irse a su pueblo o a su casa, quedaba conmigo, siempre. Se venía a mi casa, íbamos a dar una vuelta, a comprar ropa, a buscar correspondencia e incluso a cortarse el pelo (magnífico día). En verano, cuando todas esas amistades se debilitan, la nuestra se reforzó, convirtiéndose en un 'para siempre' que cumpliré me cueste lo que me cueste.
Le cogí muchísimo cariño a esa chica que, en un acto de buen compañerismo, se acercó a mí y se convirtió en lo que hoy día se llama MEJOR AMIGA. Lo puedo poner más grande, más oscuro e incluso con una letra más bonita, pero no puedo decirlo más claro.
La cagaré cientos y cientos de veces, discutiremos otras tantas y tendremos nuestras diferencias; pero la amistad es, entre otra cosas, una de las muchas pruebas que te pone la vida y que si merece la pena, se superará.
Podré decirte cosas ofensivas porque soy una bocazas, me costará aceptar que no te gusten ciertas cosas de mi vida porque simplemente no son de tu agrado e incluso podré ser una desagradecida, porque seguramente eso es lo que parezca, pero ¿sabes qué? He QUERIDO, QUIERO y QUERRÉ a esa persona que tantísimo se preocupa por la tonta de Ana, a esa chica que aún sigue a mi lado después de tantas veces como me porté mal con ella, a esa hermana, aunque no sea de sangre, que tengo en todos los momentos verdaderamente importantes en mi vida.
Me duele en el alma cada pelea que tenemos aunque no lo parezca, porque gritarte, ofenderte o despreciarte a ti es hacerme daño a mí misma; pero ya me conoces, tengo esa mierda de pronto que me puede muchas veces.
Aún así, nunca te dejaré sola, NUNCA. Aunque estemos enfadadas, seguiré apoyándote en el silencio.
¿Por qué?


[...]porque eres MI AMIGA.

When you FALL in love. (4)

Llegaron en un abrir y cerrar de ojos. A pesar de que Kath nunca había ido a aquella plaza, la reconoció por la multitud de gente que había: tanta o más que el día anterior en frente de su casa. Aparcó un poco más lejos de la plaza, donde había un grupo de chicos, de unos dieciocho años, fumando hierba.
-Quédate aquí –se limitó a decir después de que hubieran bajado de la moto.
-¿Dónde vas?
-No creo que quieras saberlo. Tranquila, no tardaré –le guiñó el ojo y le acarició suavemente la mejilla. Después, se acercó al grupo de los porros.
Prefirió no mirar mucho a la gente de por allí, por lo que se limitó a bajar la cabeza y colocarse las pulseras que llevaba en la mano derecha. De pronto, se dio cuenta de que le faltaba una.
-Bueno –se dijo- al menos he venido aquí por algo real.
Dany tardó unos diez minutos más en volver con ella: para su sorpresa, no estaba colocado ni bebido. Le miró extrañada.
-Te recuerdo que tengo que bailar; no me voy a poner a hacer un mortal con un morado encima, ¿no?
-No, supongo que no –dijo ella, ruborizándose.
Él sonrió.
-Ven, vamos a la plaza que va a empezar el concurso en breves –le tendió la mano.
Ella, sin saber muy por qué, aceptó, aferrándose con fuerza. Quizás para no perderse entre el gentío, quizás para sentirse segura, quizás, simplemente, porque le apetecía.
Nada más entrar en la gran masa de gente, empezaron a caminar con dificultad entre empujones, gritos, cristales rotos por el suelo, porros recién encendidos, otros ya consumidos. Hubo como veinte personas o más que intentaron frenar a Dany; algunos para saludar, otros para hacerse notar entre el gentío y un par de chicas ofreciéndole su amistad. Él hizo caso omiso a sus seguidores; pasó su brazo izquierdo por la cintura de Kath, le agarró la mano derecha con la suya libre y siguió avanzando como si nada, acostumbrado ya a ese tipo de acontecimientos, con los ojos puestos en la chica que llevaba a su lado.
Cuando se liberaron del agobio que suponía tener a cientos de personas alrededor, Dany se sentó sobre el saliente de una estatua que había en medio de la plaza, atrayendo a Kath hacia sí. Unos metros más allá, estaba la pista de baile donde en unos instantes estaría bailando él.
-¿Siempre eres así con todo el mundo?
-¿Así cómo?
-Así de estúpido.
-¿Con quién?
-Con tus amigos.
-Esos no son mis amigos, son una panda de gilipollas que se creen alguien por darme una palmadita en el hombro –dijo secamente- o simplemente por invitarme a pasar la noche en su cama.
Kath notó que Dany la miraba, esperando una reacción de celos que ella intentaba controlar. Al final, él sonrió.
-Además, ellos hoy me importan poco: no todos los días encuentro algo con lo que chantajearte para que salgas conmigo –sonrió.
-Hablando de chantajes –Kath se miró la muñeca, intentando cambiar de tema- mi pulsera, por favor.
-¿Y cómo puedo saber que cuando te la dé no te vas a ir?
-No puedes saberlo, simplemente confías en mí o confías en mí –se burló ella.
Dany le dedicó la mejor de sus sonrisas mientras rebuscaba en el bolsillo de su chaqueta. Sacó la pulsera y se la puso con cuidado en la muñeca. Kath se sentía extrañamente a gusto con él.
-Bueno, ¿te vas a ir?
-¿Tú qué crees?
-Que sí.
-¿Y por qué me la das, entonces?
-Porque me gustan las acciones arriesgadas; ahora mismo tengo en mente más de quince movimientos para impedir tu huida.
Ella se quedó en silencio, pensativa, mientras Dany la miraba con un brillo de fascinación en sus ojos.
-¿Quieres que probemos alguna, señorita Holmes?
-Ehm, no, gracias, siempre puedo escaparme mientras bailas.
-En ese caso, prefiero no bailar: total, ya no me caben más trofeos en la estantería.
-¿Y entonces para qué hemos venido?
-Ya te lo he dicho: no todos los días encuentro una excusa con la que salir contigo.
Una voz amplificada ocho tonos mínimo les sacó de su amena conversación:
Chicos, chicas, ¡atención! En unos cuantos minutillos va a dar comienzo el concurso número… bueno, no me acuerdo cuántos llevamos ya. El caso, que os vayáis asegurando un sitio en primera fila porque este torneo va a estar ¡muy caldeado!
No muy lejos de dónde estaba hablando aquel tipo, apareció una figura que sobresaltó a Dany. Se levantó de un salto y se precipitó sobre el gentío, seguido, por supuesto, de Kath, a quién llevaba agarrada de la mano. La chica, confundida, se dejó guiar entre aquel caos de pieles. Algo frenó a Dany e hizo que Kath chocara contra su espalda.

29 de junio. [2]

Tenía siete minutos para recorrer cinco calles en las que los semáforos peatonales se encendían pocas veces para dejar paso. Genial, había madrugado para nada.
Sentía como se empezaban a formar pequeñas gotas de sudor en la frente, bajo aquel flequillo ladeado que tanto le costaba dominar. No tenía tiempo para buscar una horquilla, así que no le quedó otra que aguantarse el calor.
Perdió el equilibrio dos o tres veces mientras corría, pero no se calló ninguna de ellas. ‘Mierda de chanclas’, pensó.
Cuando quiso darse cuenta, estaba a dos cruces del sitio en el que habían quedado. No venía ningún coche, por lo que se apresuró a avanzar hacia la acera de enfrente.
Miró el reloj y vio que apenas eran las 11:02; estaba salvada. Se paró un momento antes de seguir para coger un poco de aire: la carrera la había dejado agotada.
Se enderezó y se aproximó con paso decidido hacia el último cruce que le quedaba; echó una mirada por encima de los coches que pasaban con extrema rapidez por aquel semáforo que ya estaba en ámbar. No logró ver nada: los coches veloces hacían de la plaza un borroso paisaje.
Esperó con paciencia a que se pusiera en verde el semáforo peatonal y comenzó a andar, por primera vez en toda la mañana, sin prisas. Las había visto desde la mitad del paso de peatones, sentadas en el banco de siempre, cotilleando sobre los chicos que había dos bancos más allá de ellas. Em fue la primera en verla y en darle la bienvenida con un caluroso abrazo que pronto compartieron con Sarah y Lor.
-Bueno, venga, que mi padre ya está esperándonos en la cochera –informó Sarah.
-¿Dónde está la cochera? –preguntó An, mientras pequeñas gotas traicioneras le bajaban por la frente y los laterales.
-Cerca, tranquila.
Encontraron la cochera mucho antes de lo que se imaginaron, con el padre de Sarah, Gerard, ya dentro de él.
-Venga, tardonas, que os robo las entradas y me voy yo solo, ¿eh? –bromeó.
A pesar de que el coche tenía siete asientos según creyó calcular An, estuvieron todo el camino apretujadas, echándose unas encima de otras en cada giro brusco del automóvil.
-¡¡GERARD!! –Gritó Em-. ¡Más despacio, hombre, que no estamos espachurrando!
El interpelado soltó una estrepitosa carcajada mientras las cuatro amigas se miraban cómplices.
-Déjalo, Em –dijo Sarah- son cosas de la edad –rió.
El coche se convirtió de pronto en un espacio de escandalosas risas que sonaban por encima de la radio del mismo.

Llegaron a la piscina sobre las once y media, minuto arriba, minuto abajo. Ninguna de ellas recordaba haber ido a aquella piscina, exceptuando a Lor, claro está, que era la que las había invitado.
-¿Por dónde se entra, Lor? –inquirió An.
-Por esa puerta –respondió señalando una verja metálica aún cerrada.
-¿Segura?
-Que sí, lo que pasa es que creo que hasta las doce no abren.
-¿Y qué hacemos mientras?
Se echaron otra de sus miradas de complicidad y en ese mismo instante salieron a correr hacia la acera que había en frente de la puerta por la que más tarde entrarían a la piscina. Se sentaron, sacaron sus respectivas cremas y se pusieron a untárselas.
-Cualquiera que nos vea… -dijo Em entre risas.
-Déjalo, tía, a quién no le guste que no mire –contestó An con una sonrisa enorme en la cara.
Mientras se embadurnaban de crema protectora, pasaron unos tres ó cuatro coches que apretaron sus bocinas en dirección a las ch
icas. Ellas, muertas de la risa, les devolvían el saludo con un sonoro ‘¡Hasta luego, majo!’ o con un simple ‘¿A qué estamos buenas?’
-¡Qué bien nos lo pasamos! –rió Lor.
Pasaron quince minutos y aún seguían en todo el sol, esperando a que la verja se abriera. Entonces, una furgoneta amarilla con el logo de una empresa que no reconocían, se aproximó hacia ellas.
-Hey, chicas, ¿sabéis dónde está la entrada a Sanch Brave? –preguntó el conductor.
-Pues… supuestamente por ahí –le respondió An señalando la dichosa verja.
-¿No hay otra entrada?
Las chicas se encogieron de hombros mirando a Lor.
-Yo con mi padre siempre he entrado por aquí –se excusó.
El conductor asintió en silencio y siguió con su furgoneta hacia delante. De repente, vieron cómo el automóvil se perdía por un camino hacia la izquierda en el que ellas no habían reparado.
-Lor… -dijo An, irritada- 'Esta es la entrada, chicas, a lo mejor es que no abren hasta las doce' –se burló, imitándola.
-Chicas… -retrocedió.
Sarah, Em y An echaron a correr tras ella, conduciéndola sin ella saberlo hacia el misterioso camino. Cuando llegaron, encontraron la entrada y en ella a un par de guardias de seguridad. Pararon en seco y se colocaron detrás de Lor, a quién empujaron para que avanzara primero.
-Em... hola.
-Hola –saludó el guarda-. ¿Venís a la piscina?
-Sí –respondió Lor mientras buscaba las entradas en el bolso.
-Lo siento, hoy está cerrada.
Las chicas se miraron con una mueca de enfado que asustó a Lor. De repente, el guarda soltó una carcajada que hizo que las amigas se descolocaran. Cogió las entradas que tenía Lor en la mano y arrancó las cuatro que correspondían.
-Hay que ver, estos niños de hoy en día se lo creen todo.
An dejó caer una risita muy irónica que el guarda pareció entender, porque se dio la vuelta y las dejó allí dándoles a entender que la conversación había acabado.
-Por aquí –las guió Lor.
-¿Estás segura? –Preguntó An desconfiada al ver que las llevaba hacia un lugar en obras-. Yo creo que es por allí –señaló la dirección contraria.
-¡Que no! Es por aquí.
-Bueno, vale.
Antes de dar siquiera dos pasos más, el mismo guarda de antes las llamó.
-¿Se puede saber a dónde vais? ¡La entrada es por allí!
Se dieron la vuelta sin rechistar con una sonrisita avergonzada en la cara, planeando el próximo funeral de su amiga Lorelain.

Rumores

Jackelyn estaba, como de costumbre, sentada en aquel banco alejado y escondido que siempre acaparaba en la hora de los recreos. Sujetaba entre sus finos dedos un cigarro, ya por la mitad, que fumaba tranquilamente sin preocuparse de las miradas indiscretas que le echaban los demás estudiantes que pasaban a su alrededor. No era por el cigarro, no; ella lo sabía bien. Desde que cruzó la puerta de su clase, mejor dicho, desde que se aproximaba a la entrada del instituto, todas las miradas iban dirigidas hacia ella. Se había corrido la voz, cosa que a Jacky le agradaba. Unos la felicitaban con silenciosas miradas; otros, la fulminaban con la misma. Haciendo caso omiso a qué tipo de mirada era la que se cruzaba con ella, no perdía su sonrisa triunfal: se sentía orgullosa de su arriesgada hazaña.
Mientras le daba las últimas caladas a su cigarrillo, notó que alguien la observaba. Por un momento creyó que sería Alex y empezó a sentir una sensación de asfixia en el pecho. Se atrevió a girar un poco la cabeza y vio que su admirador secreto era un chico de unos diecisiete años, moreno, de ojos marrones verdosos según creyó observar y no parecía tener mala pinta. Sonrió para sí, pasando la boquilla del cigarro por sus labios de manera provocativa. El tipo se levantó y se acercó a ella cuando tiró la colilla al suelo.
-¿Puedo? –preguntó el extraño mirando a Jacky.
Ella se encogió de hombros y el muchacho se sentó no muy lejos de ella.
-¿Son ciertos los rumores que circulan sobre ti, pequeña Jackelyn?
-¿Qué rumores, gran desconocido?
-Oh, perdona, que descortés por mi parte. Me llamo Matt –se presentó.
-Al grano.
-¿Dejaste con el calentón a Alex la otra noche, tigresa?
-Si ya te lo ha contado él, ¿para qué coño preguntas?
-¿Quién te dijo que me lo contó él?
-Tigresa.
-Chica lista… -se quedó pensativo.
-Amenázame, mírame mal y vete, estoy ocupada.
-¿Con qué? –miró a su alrededor exagerando para encontrar aquello que mantenía ocupada a la joven.
-Contigo desde luego no –le cortó ella.
-Bueno, vale, ya me voy. Sólo quería decirte que si de verdad eres tan fogosa como dice tito Alex, me gustaría probarte alguna noche.
-¿Y no te dijo tito Alex que soy propensa a parar cuando noto que no voy a ser bien rellenada? –se burló ella.
Matt se rió escandalosamente.
-Tranquila, Cenicienta, el hecho de tú lo tengas excesivamente estirado no quiere decir que no vuelva algún día su forma –le dio un pellizco en la mejilla y se fue sin volver la vista.
-¡Idiota! –gritó ella, furiosa.
Poco después sonó el timbre que anunciaba el final de su escaso tiempo de libertad. Al levantarse del banco, su pie se topó con algo ligeramente más duro que la tierra que había allí. Lo levantó y se encontró un papel.
-Debe de ser del simpático de antes –se dijo.
Lo cogió.
Pequeña Jackelyn, no te tomes en serio mi bromita de antes (sí, eres bastante previsible, muñeca). Tercera planta, pasillo de la derecha, 1ºB. Hoy salgo una hora tarde porque tengo que quedarme a una clase de recuperación. ¿Te viene bien esperarme?
Al final de la nota había un número escrito, supuestamente, el de aquel tipo. Estrujó la nota entre sus dedos y la tiró al suelo, aún más irritada que antes. Avanzó hasta el árbol que ocultaba aquel banco solitario y se paró al ver al tipo apoyado en la pared de la puerta de entrada al edificio. Decidió, pues, que inglés se lo tenía más que sabido y que no tenía prisa por entrar. Retrocedió despacio y se sentó en el banco mientras se guardaba en el bolsillo un arrugado trocito de papel. Sonrió.

#2

Estaba sentada frente al ordenador, con la vista fija en la pantalla; podría decirse que ni pestañeaba. No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba así, inmóvil. Se había levantado cuando apenas unos débiles rayos de luz se filtraban entre las rejillas de la persiana de su cuarto.
Miró el reloj, las doce. Tenía sueño, no había pasado una buena noche; estaba preocupada. Jake le había dicho que tenía dolor de cabeza y quizás un poco de fiebre la noche anterior. No había vuelto a saber de él, cosa extraña teniendo en cuenta que se pasaban llamándose las veinticuatro horas del día. Bueno, si estaba malo, era normal que no quisiera hablar con nadie, pensó.
Quizás tuviera razón, quizás estuviera un poco paranoica, pero a él le gustaba tal y como era. Sonrió.
Llamaron a la puerta.
-¿Kate?
-Dime, mami.
-¿Puedes bajar a comprar pan?
-¿Es necesario? Podemos pasar sin pan por un día.
No coló.
-No seas vaga, Kate. Vístete y baja en un momento.
Qué fastidio, pensó. Se puso sus vaqueros descoloridos, sus favoritos, una camiseta atada al cuello y sus converse negras. Quizás Jake hubiera ido a buscar algo a la farmacia de por allí cerca. Cogió el móvil. Se dio cuenta de que no tenía batería. Maldición. Lo puso a cargar enseguida; después, puso un auto mensaje en el MSN:
no estoy, vuelvo enseguida. ¡Espérame, bebé! (L)
Salió pitando para volver cuanto antes. Llegó a la tienda; genial, había cola. Vio a su vecino, Dan, haciendo cola. Aproximadamente, sería el quinto en ser atendido. Pensó en pedirle que le comprara el pan, un pequeño favor entre vecinos. Descartó la idea: a saber qué favor le pediría él a cambio. En ese momento, se volvió hacia ella. Le sonrió. Kate le devolvió la sonrisa y desvió la mirada, incómoda. Cogió la barra de pan y se puso a la cola. Genial, había como trece personas delante de ella. Miró el reloj de nuevo. La una menos veinticinco.
Se impacientaba; parecía que la dependienta se había puesto contra ella y cada vez cobraba más despacio. Sí, definitivamente, estaba paranoica.
Por fin salió de la tienda. Deseó que la dependienta hubiera tardado un poco más con tal de no encontrarse con ella.
-Hey, Kate –se apresuró a saludarla sin darle tiempo de cambiar de dirección-. ¿Qué tal?
-Hola, Rach. Bien, bien. Ya me iba para casa, tengo algo de prisa.
-Te acompañaría para charlar un rato, pero yo voy en dirección contraria.
‘Como si a mi me importara’, pensó Kate. Se fijó en una pequeña bolsita que llevaba en la mano. Era de la farmacia.
-Oh, no te preocupes. Veo que te sientes algo mal –dijo mirando la bolsita-. Podemos charlar en otra ocasión.
-¿Esto? No, no es para mí, es para un amigo –curvó sus labios en una sugerente sonrisa.
Kate se quedó algo tocada. El rin tintín con el que había dicho amigo no le gustaba. Multitud de dudas surgieron en su mente, pero Rachel no tenía tiempo de contestarlas.
-Bueno, te veré en el insti. Hasta luego, Kate.
Se dio la vuelta y se alejó con paso tranquilo del lugar donde estaba Kate. Ella se tomó aquel contoneo de caderas como una sugerencia para espiarla, pero no cayó en juego: no era tan estúpida, si fuera a casa de Jake se lo habría dicho sin más. O tal vez no…
Una voz masculina la sacó de sus pensamientos.
-Kate, ¿vas a casa? –preguntó interesado Dan.
-¿Qué? Ah, sí, ese era el plan –contestó ella.
-Vamos juntos, ¿no?
Kate sabía que dijera lo que dijera Dan no aceptaría un no por respuesta, así que decidió acelerar el paso y acabar cuanto antes aquella tortura.

Llegó a su casa un cuarto de hora después a pesar de que la tienda estaba a menos de diez. La caminata con Dan no había sido tan espantosa como ella había imaginado: estuvieron hablando acerca
de sus respectivos gustos a la hora de la música, sobre la comida y hasta de sus asignaturas favoritas en el instituto. Descubrió que, al fin y al cabo, no eran tan distintos en el carácter.
Cuando cruzó la puerta del recibidor, su madre la esperaba impaciente.
-Había cola, mamá, no es mi culpa –se excusó.

Se encerró en su habitación, olvidándose por completo de todo lo referente a Dan y volviendo a concentrarse en Jake. Su Jake...
Fue directa a la pantalla del ordenador para probar suerte. Nicole, Joey, Mark, Lucy e incluso Dan; pero ningún Jake. Probó con el móvil; quizás hubiera optado por un sms. Nada.
Se tiró en la cama desilusionada, pensando en Rachel y en su bolsita de farmacia. No quería desconfiar, pero pensó que tal vez lo mejor sería hacerle una visita a Jake por la tarde. Sólo tal vez…

When you FALL in love. (3)

Decidió que ese acontecimiento era mejor no contarlo, al menos por su parte; seguro que Dany ya les había contado a todos sus amigos su gran logro, su nuevo juguete para aquella competición.
-Arg, le odio, Dios.
Se tiró más de una hora delante del espejo para que, al menos, no pudiera quejarse del look que llevara. Optó por unos pitillos oscuros enfundados en un par de DC blancas con destellos plateados. Por arriba, una camiseta ancha cruzada por el cuello con terminaciones elásticas que se ceñían a su delgada cintura. Una coleta despeinada y unos aros ni muy grandes, ni muy chicos, en color plata hacían que su maquillaje, basado en una raya negra fina abajo, un poco más gruesa arriba y una pizca de sombra de ojos azul, resaltara por encima de todas las cosas, dejando ver unos ojos azules de un bellísimo color cielo.

A las ocho menos veinte, estaba preparada. Se sentó en su cama esperando a que se le hiciera tarde, con la esperanza de que Dany se olvidara de ella. Su fe tardó poco en venirse abajo:
Dany E. Hoy a las 19:43.
Cuando quieras puedes bajar, aquí estoy, tal como te dije, esperándote.
-Genial –se lamentó Kath.
Sacó el brazo por ventana y decidió que no le haría falta llevarse una chaqueta. Salió de su casa, bajó por las escaleras los cinco pisos que la separaban del portal y allí se lo encontró, apoyado sobre una moto negra con dibujos de lo que parecía ser la silueta de un fuego en plateado.
-No si al final hasta vamos conjuntados –murmuró.
Abrió la puerta del portal y se paró frente a él. Dany la estudiaba descaradamente con la mirada, de arriba abajo y vuelta a empezar, como dos o tres veces. Kath, con un poco más de disimulo, reparó en sus pantalones caídos, sus zapatillas anchas negras, su camiseta roja y negra y su cazadora vaquera oscura. No pudo evitar sonreír.
-Sinceramente, estás espectacular, preciosa.
-¿Cuándo me va a costar este cumplido? –le cortó, tajante.
-Tanto como tú quieras darme.
Se abalanzó sobre ella, directa a sus labios, pero los reflejos de la chica permitieron volver la cara y que la boca de Dany solo pudiera apreciar su mejilla.
Él rió, sin despegar los labios de ella. A ella, le entró un escalofrío, mitad miedo, mitad placer.
-¿Nos vamos ya? –dijo Kath, con la voz quebrada en ciertos acentos.
Quitó las manos de la cintura de ella, sin alejarse demasiado de su cara.
-Cuando quieras.
Asintió, nerviosa. Avanzó un par de pasos por el lateral izquierdo de Dany, dejando atrás su fogosa mirada y sus gruesos labios pidiendo ser mojados.
-¿Sobre qué hora estaré en mi casa?
-Psé, no sé. Ni si quiera sé a qué hora llegaremos a la plaza, mucho menos cuando te dejaré marchar –curvó sus labios en una sugerente sonrisa.
-Vale, si llego a las tantas de la madrugada, serás tú el que le dé las explicaciones a mi madre.
-Sin problemas. De paso, puedo aprovechar para presentarme formalmente ante ella.
-…no he dicho nada.
Dany soltó una estrepitosa carcajada y se acercó a la moto. Le tiró un casco a Kath.
-Oh, vaya, no sabía que los guays se rebajaran a llevar cascos en la moto.
-Soy guay pero no gilipollas. Sube, anda –se montó y arrancó sin esperar a que ella estuviera montada.
-Ya decía yo que tanta amabilidad no podía ser.
-Eh, espera. ¿No quieres llegar pronto a tu casa? Pues cuanto antes lleguemos, antes baile y antes gane, antes te traeré de vuelta.
-Si ya sabes que vas a ganar, ¿para qué te molestas en competir?
-Porque si no lo hago, me aburro.
Dicho esto, metió la primera y empezaron a correr cuesta abajo.

When you FALL in love. (2)

A la mañana siguiente, Kath se despertó cuando apenas empezaba a salir el sol. Para su sorpresa, no se sentía apenas cansada. Intentó conciliar el sueño de nuevo, solo porque la idea de levantarse mientras los demás dormían no le agradaba mucho.
Recordó entonces que su móvil llevaba dos o tres días sin batería, por lo que se levantó a buscar el cargador, procurando no hacer ruido, y lo enchufó. Al encenderlo, le saltaron quince mensajes: once de sus amigos y cuatro del buzón de voz. El último, era del día anterior a las doce y trece minutos. El número no lo conocía, por lo que llamó al buzón de voz para ver si había dejado mensaje. Efectivamente:
Ey, Sherlock, creo que has perdido algo. ¿Vas a llamar a Watson o prefieres atrapar directamente al ladrón?
-Gilipollas –susurró cabreada.
Decidió no darle el gusto de devolverle la llamada, así que se tumbó de nuevo en la cama y cerró los ojos con fuerza, obligándose a dormirse o a despertarse de aquella pesadilla.
Logró su propósito: durmió hora y media más, pero deseó no haberlo hecho; había soñado con él, con su sonrisa de superioridad, su carácter egocéntrico, su manera de ser, totalmente confiado de sí mismo, con sus pantalones caídos, su pelo revuelto, aquella gorra roja, su preferida según parecía por tantas veces como la llevaba…
-¡BASTA! –Le gritó a su propio pensamiento.- Está bien, tú ganas, iré a buscarle.


Salió de su casa sobre las doce, creyendo ser ella la que manejaba la situación, la que decidía cuándo y dónde se verían. Por supuesto, estaba equivocada: mucho antes de haber decidido ella que iría a su encuentro, Dany ya estaba preparando su ropa, sabedor de que Kath no rechazaría su invitación.
La mañana estaba fresca a pesar de que el sol lucía bien alto. Llegó a la plaza cuando empezaban a posarse algunas sombras sobre el suelo. Se lo encontró sentado sobre un banco cercano al sitio dónde se habían encontrado la noche anterior. Al verla, sonrió.
-Idiota –dijo Kath.
Dany se incorporó y la esperó con paciencia, no tenía prisa alguna.
-Sabía que vendrías.
-Ve al grano. ¿Qué he perdido?
-¿Te crees que te lo voy a dar sin recibir nada a cambio?
-Oh, por supuesto que no, eres demasiado estúpido como para tener un gesto amable. De todas maneras, no te he dicho que me lo des, sino que me digas qué he perdido.
-Bueno, me da igual: dar, decir; al fin y al cabo sales ganando tú y yo sin nada.
-¿Qué quieres?
-Mmm… -se quedó un rato en silencio, haciéndole creer a Kath que estaba pensando en lo que le iba a pedir cuando en realidad él lo tenía muy claro.- Verás… esta noche hay un concurso de break en la Plaza de San Sebastián. El edificio este alto, de color miel que hay junto a un…
-Eres desesperante –le interrumpió.
-Am, gracias, pero me has hecho perder el hilo. ¿Por dónde iba? Oh, no me acuerdo, tendré que empezar de nuevo –sonrió, satisfecho de haberla puesto de los nervios.
Kath hizo ademán de darse la vuelta, pero entonces Dany acabó su frase.
-…y quiero que vengas conmigo.
-Perdona, ¿qué has dicho?
-Que quiero que vengas conmigo. ¿A qué hora te paso a buscar?
-¿A las 25:75 te viene bien? –se burló ella, molesta.
-Em, no, a esa hora tengo dentista: unos dientes tan perfectos no se consiguen solos.
-Qué pena, yo antes de esa hora no puedo.
-Bueno, que sea después entonces, no tengo prisa, cariñito.
-Estupendo –susurró ella.- ¿Y cómo puedo estar segura de que tienes algo mío de verdad y que no te lo estás inventando?
-Ahí tienes razón: no puedes estarlo. O te fías de mí o… -se calló un momento, esperando a que ella le saltase.- Vaya, esta frase no las acabado; pierdes facultades. A lo que iba: o te fías de mí, o te fías de mí.
-¿Y si no me fío?
-Lo harás.
-¿A qué hora es la fiestita esa?
-Primero: no es una fiesta, es un concurso. Segundo: no tiene hora fija; cuando lleguen todos los participantes, empieza. Da igual que sean las nueve de la noche o las tres de la mañana.
-Ay, que pena, pero es que mi mami hasta tan tarde no me deja, otra vez será.
-Tú tranquila, tito Dany lo soluciona.
Kath se quedó callada, meditando la manera menos humillante de aceptar su propuesta.
-Está bien, no haré que hieras tanto tu orgullo: te paso a buscar a las ocho. Estate preparada, cielín.
-Qué amable. ¿Y por este gesto no pides nada a cambio?
-¿Lo dudabas? –Dany se agachó hasta quedar a la altura de Kath, se inclinó sobre ella y le dio un beso en la comisura del labio.- Pero tranquila, te lo cobraré esta noche.
Con las mismas, se irguió, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Kath confundida, cabreada y, por desgracia para ella, con ganas de más.

La última calada.

Abrió la puerta despacio, sin hacer ruido. Las luces estaban apagadas pero de fondo se oía lo que parecía ser el murmullo de un televisor.
-Quédate aquí –susurró la chica a su acompañante.
Se acercó hasta el salón y vio una figura mirando embobada la película que ponían en la tele.
-Llegas tarde, Jackelyn –canturreó.
-¿Y mamá y papá?
-Salieron.
-Bien –se acercó al mando de la televisión y la apagó.- Los lunnis salieron hace tiempo, Jimmy: a la cama.
El muchacho se levantó y se dirigió a la puerta.
-Si papá se entera de que llegas tarde y de que encima traes un chico…
-Duérmete, enano, mañana te hago los deberes.
Jimmy sonrió satisfecho mientras subía las escaleras hacia su dormitorio.
-Hermanos… -se lamentó Jacky.- Puedes pasar –informó en un tono algo más elevado.
-¿Seguro?
-Sí.
El interpelado cerró la puerta con sumo cuidado para no llamar la atención del enano durmiente y así tener intimidad de una vez por todas.
-¿Quieres beber algo? –preguntó Jacky.
-Tu saliva.
Ella sonrió con picardía.
-Pues ven a buscarla.
Sin necesidad de repetirlo dos veces, el chico se abalanzó sobre ella, aferrándose a su cabello con fuerza mientras pasaba su lengua por el frágil cuello de la muchacha. Ella se estremeció de placer mientras se mordía el labio inferior ya sin pintalabios. Bajó sus manos por el pecho de él, en un desesperado intento por llegar por fin hasta el final de la camiseta y poder arrebatársela. Lo consiguió a la vez que él empezaba a desabrocharse el cinturón sin darse cuenta de que ella aún estaba vestida. Cuando reparó en ello, llevo su boca a los botones medio desabrochados de la camisa de Jacky e introdujo su lengua por el hueco que dejaban, recorriendo así el comienzo de sus pechos aún protegidos. Ella, enloquecida, recordó su propósito y comenzó a llevarlo a cabo: le empujó contra el sofá, cayendo sobre él y notando su excitación sobre su sexo palpitante a la vez que se quitaba la camisa a tirones. Él, con los ojos desorbitados, forcejeaba con su cinturón. Sus respiraciones acompasadas se perdían entre un caos de gemidos. Jacky bajó sus labios hasta el cuello de Alex y empezó a succionar. Notó cómo cada vez su excitación iba a más y se apresuró a contonear sus caderas, rozando su sexo alrededor de aquel músculo pasional. Alex consiguió desabrochar su cinturón y su próxima víctima fue el sujetador de Jacky que, todo lo contrario a su cinturón, no se resistió. Tiró de la chica hacia atrás, se deshizo del sujetador y comenzó a mordisquear sus pezones y a masajear sus pechos. Ella gimió mientras seguía moviéndose sobre él, sin importarle que la gente la escuchara gritar: ya pensaría alguna excusa… mucho más tarde. Alex dejó a un lado su presa y se concentró en la minifalda tan sugerente que llevaba Jacky, imaginándose qué habría tras ella. Después de echarle una mirada, alzó la vista hacia la chica, dedicándole una mirada de lo más sensual. Ella entendió al vuelo lo que quiso decirle: se levantó, se alejó un poco y encendió la cadena de música. Sonaba una canción lenta cuando empezó a desabrocharse la falta ante Alex. Con movimientos sugerentes, levantó al chico y lo sentó en una silla. Ella quedó de espaldas a él mientras su falda iba bajando por el mulso. Alex pudo ver su tanga negro, perfecto para la ocasión, pidiéndole a gritos que se lo llevase consigo. Así fue: se abalanzó sobre la chica, pegó su trasero a su sexo y metió su mano por la parte delantera de aquella pieza tan excitante. Ella sintió cómo él introducía su dedo índice lentamente por aquella abertura y a la vez iba haciendo resbalar su tanga. Gritó escandalosamente, pero Alex le tapó la boca antes de que alguien bajara a ver por qué había tanto griterío.
-Shh –le susurró al oído.
Luego, dejó que su lengua recorriera cada línea de aquel cuello antes de volver a dirigirse hacia ella.
-Siento mucho haberte llamado princesita de papel la otra noche, tigresa, no creí que fueras tan… fogosa. No me arrepiento de haberte dado otra oportunidad.
Jacky sacó la punta de la lengua y la pasó por la mano de Alex, en un intento de que él la liberara. Éste sacó su dedo índice aquella abertura, quitó la mano de la boca de Jacky y le arrancó el tanga de un tirón.
-Te aseguro que no te arrepentirás –dijo ella en un susurro mientras se giraba hacia Alex y se acuclillaba ante el botón de su pantalón.
Él sonrió, complacido de que hubiera adivinado su pensamiento. Jacky aprisionó el botón entre sus dientes mientras empujaba su barbilla contra el punto de excitación de él. Este agarró con fuerza el pelo de Jacky mientras gemía de placer. Una vez hubo desabrochado el pantalón, se irguió y le lanzó a Alex una mirada de complicidad. Se agachó de nuevo y sacó del bolsillo de él un preservativo. Lo abrió y se lo tendió al chico, quien negó con la cabeza.
-Hagamos bien las cosas, ¿no?
Ella se mordió el labio y asintió. Le señaló las escaleras y él no tardó en subirlas detrás de Jacky. La tiró a la cama con furia, se quitó los boxers y se puso el condón. Luego, se abalanzó sobre ella, moviéndose hacia arriba y hacia abajo acompasadamente sin penetrarle. A Alex le gustaba mucho jugar con su presa. Jacky no tuvo tiempo de gritar pues él metió su lengua en su boca mucho antes de empezar siquiera. Consiguió liberarse de su boca y miró el reloj. Sonrió complacida, se colocó encima de Alex y se levantó de la cama.
-¿Se puede saber qué coño haces? –gritó Alex, enfadado.
-Lo siento, cielo, la carroza de la princesita Cenicienta cierra a las doce –dijo Jacky aún sonriendo.- Puedes irte.
Abrió la puerta y le lanzó los calzoncillos a la cara.
-Que te diviertas, principito.
Alex salió furioso de su cuarto y Jacky pudo oír cómo seguía relatando escaleras abajo. Luego, un portazo para cerrar la noche con broche de oro. Bajó a recoger su ropa y lo dejó todo tal como estaba antes. Subió y se acostó en su cama, feliz a pesar de no poder dormir. Poco después, sonó el móvil. Era Alex.
-Oye, que siento haberme ido así. Me lo merecía, sí. ¿Me das otra oportunidad? –dijo esperanzado.

-Oh, lo siento, nunca repito dos veces con el mismo. Chaíto –colgó.



Con las mismas, encendió un cigarrillo y lo dejó en el cenicero, consumiéndose igual que la calentura de su querido Alex.

When you FALL in love. (1)

Sentada frente a la ventana contemplaba con desgana como pasaban las horas. Las cuatro, las cinco, las seis. En su mp3 sonaba su canción favorita por el momento. Canturreaba palabras inventadas puesto que la canción era inglesa y mucho no entendía. Pensó en ir a buscarla por google, pero no le apetecía moverse de su sitio. Estaba cómoda mirando el cielo, más claro que ningún día de verano. La gente pasaba: algunas personas iban con prisas, otras, se paraban a observar hasta el más mínimo detalle de cada figura que había a su alrededor. Sí, era un bonito día.
Un golpe sordo en la puerta la sacó de su sueño despierto.
-¿Cariño?
-Dime, mamá.
-¿No vas a salir?
-Eh, no, no tengo ganas –desvió la mirada para volver a sumergirse en sus propias fantasías, pero su madre no se lo permitió.
-Vamos a ver, estamos en verano, hace un día espléndido, y tú no quieres salir. ¿Se puede saber por qué?
-Si te digo la verdad, no lo sé; estoy bien aquí.
-Bueno, como quieras, no insistiré más.
Salió de su cuarto haciendo un intento de portazo. Kath ni se inmutó: antes de que su madre se levantara, ya se había colocado el casco de nuevo.
A lo lejos, en un parque cercano, vio una gran multitud de personas rodeando a alguien o algo. Se incorporó para intentar ver qué era eso que llamaba tanto la atención, pero la gente inquieta, moviéndose de un lado para otro, no la dejaban verlo.
Se calzó sus Nike y bajó con tranquilidad las escaleras de casa.
-Mamá, salgo un momento, no tardo.
-De acuerdo, Catherine.
Salió dando un intento de portazo, tal como había hecho su madre antes.
Conforme se fue acercando a la multitud, iban aumentando sus ganas de darse la vuelta. Sería imposible pasar entre tanta gente. Aún así, su curiosidad pudo más y se acercó lentamente, tanteando los posibles huecos por los que podría colarse.
-Bah, es imposible, tampoco será tan importante.
Caminó unos cinco pasos hacia atrás y se topó con un obstáculo, algo que no le permitía seguir avanzando, aunque fuera andando del revés.
-Oye, perdona, ¿te puedes quitar?
Se giró bruscamente y vio un rostro familiar. Este le sonrió.
-Oh, Dany, que raro verte en un sitio tan abarrotado –dijo en tono sarcástico.
-¿A qué sí? –respondió mientras mantenía su sonrisa.
-Sí –se limitó a contestar Kath.
-¿Qué haces aquí?
-Dar una vuelta.
-¿Justamente por dónde salgo yo?
-No, justamente por donde vivo yo. ¿No será que me sigues tú?
Dany rió escandalosamente.
-¿Te molestaría que lo hiciera?
-¿Te molestaría que te denunciara por acoso?
-Vale, vale, tampoco tienes por qué ser tan borde. Encima que me acerco para ayudar…
-¿Para ayudar?
-Sí, te vi un poco perdida y pensé que quizás necesitarías la ayuda de una persona con contactos, e inmediatamente después…
-Pensaste en ti –le cortó.
-No. Bueno, para qué mentirnos; en realidad, sí.
Kath desvió la mirada de nuevo hacia el colapso de gente, con la esperanza de que hubiera menguado. Todo lo contrario: había crecido.
-Puedo conseguirte asientos de primera fila si quieres.
-No veo las sillas por ninguna parte –se burló ella.
-Tampoco ves qué es lo que atrae tantas miradas y, sin embargo, aquí estás.
Kath resopló. Ahora recordaba claramente por qué nunca había hecho buenas migas con aquel tipo. Era demasiado arrogante, presuntuoso, creído y si se acercaba a las tías, era solo para echarles un polvo. Se le revolvió el estómago ante la idea de que se le hubiera acercado para eso. ‘Hasta arcadas me da este tipo’, pensó.
-Bueno, yo me voy, te veré en septiembre si acaso.
-Espera.
-¿Qué? ¿Has cambiado de idea y quieres venir con tito Dany?
-No, es que se te ha caído algo al suelo.
Se registró los bolsillos en busca de aquello que había perdido, pero lo halló todo en su sitio.
-A ver, Sherlock Holmes, ¿qué se me ha caído?
-Tu dignidad –sonrió ella.
Se dio la vuelta y empezó a caminar con tranquilidad, invitando a Dany a seguirle el paso sin ella saberlo. Decidido, se colocó la gorra y avanzó. Apenas le dio tiempo de dar dos zancadas, pues una voz femenina y sugerente gritó su nombre desde la dirección contraria a la que él se dirigía. Se dio la vuelta cuidando de no perder a Kath de vista.
-Dime, Alex.
-¿Ya te vas? Ni si quiera has bailado –le dijo mientras se acercaba a él.
-No, no me voy. Iba a por un refresco, ¿quieres que te traiga uno? –le ofreció intentando librarse de ella.
-Jack y Beto ya han traído. También trajeron vodka, JB y Larios –sonrió con picardía.- Entonces te quedas, ¿no?
-Eh… -giró la cabeza con disimulo para ver si su detective particular se había alejado mucho. No estaba.- Sí, me quedo.
Ella le agarró del brazo y tiró de él hasta un pequeño grupo en medio de la multitud. Dany se lamentó por haber dejado escapar a Kath. Llevaba todo el verano esperando para verla […]

Superhuman.

Era una tarde lluviosa de finales de octubre. Olía demasiado a tierra mojada y la humedad ponía de los nervios a An. Definitivamente, odiaba la lluvia. Lamentablemente, tendría que aguantarse aquella vez: había citado a Mitch en el parque que había detrás de un colegio, el sitio donde se veían siempre que quedaban. Pero esta ocasión no era como las demás. En realidad, nada era igual. En apenas unas horas, todo su mundo se había derrumbado sobre su espalda, llevándose consigo sus ganas de seguir adelante. ‘Voy a salir de esta’, se repetía continuamente mientras se terminaba de arreglar. Cuando estaba ya vestida, se acercó a su estuche de maquillaje, cogió el lápiz de ojos azul y se puso frente al espejo. Tenía las mejillas manchadas de negro, los párpados le pesaban y se vislumbraban sus ojeras a kilómetros de distancia. Tiró el lápiz encima de la mesa con rabia. Se prometió no volver a llorar por él y se había traicionado a sí misma. Eso no se lo perdonaría, ni esta vez ni nunca más. Se puso una sudadera con capucha, se metió las llaves en el bolsillo y salió de su casa sin hacer el mínimo gesto de despedida.

No muy lejos de allí, un chico de unos 17 años se vestía apresuradamente. Miraba repetidas veces el reloj; seguramente, llegaba tarde a algún sitio. No se paró a mirar el armario en busca de la vestimenta adecuada, no parecía que le hiciese falta: estaba bastante seguro de sí mismo. Sin embargo, tenía la sensación de que algo no iba bien: An la había llamado para salir, sí, pero en la corta conversación que mantuvieron, notó que su voz se quebraba con frecuencia. Algo le pasaba y eso no era una buena señal. Normalmente, cuando estaba mal, acudía a Josh, su amigo del alma, aquel que nunca le fallaba. ‘Sólo es un imbécil’, pensaba Mitch, ‘An no le tiene en cuenta y él sigue pensando que algún día será suya. Pobre iluso’. Miró de nuevo la hora: las siete y veinticinco. Bueno, con andar a paso ligero tendría bastante. Sabía que ella le esperaría el tiempo que hiciera falta.

An llegó a la hora, como pasaba siempre que quedaba con él. ‘Qué tonta soy’, pensaba desde que salió de su casa. Estaba chispeando, pero no vio la necesidad de ponerse la capucha: al menos, tendría una excusa para aquellos chorretones. A pesar de que todo el parque estaba encharcado, se sentó en el primer banco que vio, sin importarle que llevara puesto su pantalón no-vaquero favorito.
Sacó el móvil del bolsillo para ver cuánto se retrasaba esta vez Mitch. Para su sorpresa, no llevaba ni cinco minutos esperando. A lo lejos, vio una figura acercarse con aires de tranquilidad. Cuando se dio cuenta de que An tenía la vista fija en él, fingió acelerar el paso. Ella no se movió, ni si quiera hizo ademán de saludarle. Mitch no sabía qué hacer: nunca le había pasado algo así con ella. Intentó romper el hielo, destruir ese muro que An había levantado entre los dos apenas hace unas horas.
-Si sigues ahí sentada mucho tiempo, se te estropearán los pantalones –dijo, con tonto de broma.
Ella seguía impasible, con la vista fijada en él.
-Bueno… -susurró.
-Toma –An le lanzó algo.
Mitch vio cómo el objeto que le había lanzado emitía un leve destello antes de caer en sus manos mojadas. El anillo.
-¿Para qué me das esto, An? Es tuyo.
-¿Recuerdas lo que me dijiste cuando me lo regalaste? ¿Recuerdas lo que hiciste inscribir en él?
Él la miraba extrañado, sin entender muy bien a dónde pretendía llegar. An explotó al ver que él no reaccionaba. Se levantó, furiosa.
-Eh, para, An. Claro que me acuerdo. ¿Acaso lo dudas?
-Sí –contestó simplemente.
-No me lo puedo creer –se ofendió.
-Venga, Mitch, no te me vengas a hacer el indignado ahora, sé perfectamente que todo lo que yo te diga te resbala.
-¡¿QUÉ?! ¿Cómo puedes pensar eso, An? No es cierto, sabes que…
-Sí –le interrumpió ella. –Sé que es cierto, ¿sabes por qué? Por que si te importara no te comportarías como lo estás haciendo. ¿Cuántas veces te he repetido que odio las mentiras? ¿Cuántas veces te he demostrado lo que me duele que pases de mí? Dime, Mitch, ¿cuántas?
No sabía responderle: las cosas se le estaban yendo de las manos. Se hizo un silencio incómodo durante unos segundos que se hicieron una eternidad para ambos. An se sentó, respirando aceleradamente. Mitch la imitó.
-An, cariño –le puso la mano en el hombro, en ademán de abrazarla, pero ella se resistió.
-No, Mitch, esta vez no. Estoy cansada de tus payasadas de niño inmaduro. Estoy cansada de que me mientas. Estoy cansada de que hagas conmigo lo que quieras. Estoy, simplemente, cansada de ti.
Mitch se quedó de piedra. Abrió la boca para responder, pero An le negó con la cabeza, poniéndole su dedo índice sobre los labios.
-No, pato, ahora me toca hablar a mí –sintió como una lágrima recorría sus facciones desde el lagrimal hasta la barbilla, dónde se cayó a un vacío casi tan grande como el qué había en su corazón. –Cuando te conocí y nos hicimos tan buenos amigos, pensé que estaba soñando. Nunca había conocido a alguien tan especial como tú. Pasaron las semanas y ese sentimiento se transformó, bien lo sabes tú. Me callé, sabiendo que tú no tenías interés en romances debido a tus estudios. Sufrí en silencio durante ¿cuánto? ¿Días? ¿Semanas? No. Meses, Mitch, tres meses de dolor. Un dolor que no podía compartir con nadie, nadie. No aguanté; te lo dije el mismo día en que tú me dijiste que al acabar el verano te irías a estudiar fuera. Lejos de aquí: estabas cansado de este ambiente. Lo único que te retenía era yo. Esa fue la mejor y la peor noche de mi vida; te gané y al instante te perdí. –Su rabia fue menguando hasta llegar a convertirse en melancolía, nostalgia por aquellos días en los que fueron felices. –No llegamos a hacer el mes, ¿sabes? Decías que si esperábamos más, sería más difícil la despedida. ¿Y todo para qué? Para que al final te quedaras aquí y no me volvieras a mencionar el tema. Intenté rehacer mi vida cambiando de aires, cambiando de amigos. ¿Para qué? Para que volvieras a cruzarte en mi camino y destruyeras todo lo que llevaba conseguido con un simple beso en la mejilla. Y así dos, tres y hasta cuatro veces más. Yo no puedo, Mitch, no puedo. Ni me dejas rehacer mi vida, ni me dejas que esté contigo. ¿Qué hago? ¿Eh? ¿Qué cojones hago?
Mitch se quedó sin palabras. No sabía que sus acciones le dolieran tanto a An. Él la quería, sí, la quería mucho, pero tenía miedo de entregarse por entero a una sola mujer.
-No sé qué decirte, An. Me duele verte así, pero no sé qué hacer, no soy bueno en esto –torció el gesto en una mueca de tristeza. –Siento todo lo que te hice pasar, de verdad, no pretendía que fuera así. Perdóname, patita.
-Es tarde para pedir perdón, Mitch, el daño ya está hecho. Pero sí hay algo que puedes hacer por mí –le miró a los ojos y sonrió; o al menos, eso intentó.
A él se le encendió una chispa de esperanza.
-Dime.
An suspiró.
-No vuelvas a buscarme. Haz como si no me conocieras, ¿vale? Zanjemos este tema, pero esta vez, hagámoslo bien. Fue bonito lo que vivimos, pero sólo es eso, pasado, algo que no se repetirá jamás. Es mejor pasar página y empezar de cero cada uno por su camino.
-No, por favor, lo que sea menos eso –le agarró fuerte la mano, queriendo impedir algo que ya estaba más que decidido.
Ella le devolvió el apretón.
-Encantada de haberte conocido, Mitch. –Se levantó.
-Espera –la llamó.
Ambos se miraron, sabiendo que, seguramente, esa sería su última mirada en mucho tiempo.
-Quiero darte algo, An.
-Que casualidad, yo también.
Se acercó a ella. No se movió. Se agachó ligeramente y, justo cuando faltaban apenas unos centímetros para que sus labios se rozaran, ella volvió su cara bruscamente. Los labios de él sólo pudieron apreciar la mejilla mojada de la chica.
-Supongo que así es como debe ser –replicó, algo enfadado.
-Sí, así es como debe ser.
Ella le tendió una bolsa, se dio la vuelta y se fue caminando bajo la lluvia, despreocupada por el aspecto que pudiera tener.
Él sentó en el mismo banco donde, hace apenas unos minutos, había dejado escapar a la chica de sus sueños; dónde, hace apenas unos meses, fue feliz con ella. Abrió la bolsa. Al instante, miles de cuchillas líquidas salieron de sus ojos, haciéndole más daño que cualquier agresión física, cualquier palabra ofensiva. En esa bolsa, estaban los regalos que él le había hecho, los dibujos que había diseñado solo para ella, los vídeos que se habían hecho juntos.
-En esta ocasión sí es verdad –se lamentó.
Encendió el mp3 y se puso a caminar hacia ningún lado. En su reproductor sonaba Superhuman.
-Con esta canción te gané, y con esta misma te
pierdo –susurró.
Se aferró con fuerza a la bolsa, sabiendo que aquello era el único recuerdo que le quedaba de aquella chica que tanto había amado.



29 de junio. [1]

Hacía un día espléndido. Cielo despejado, de un azul intenso. El sol acariciaba su piel, transmitiéndole el calor que había en el ambiente. An y sus amigas habían hecho planes para ir a la piscina. Miró el reloj, Las 10.53. No llegaría a tiempo.

-A las 11 en la plaza –le informó Emma la noche anterior.- ¡No llegues tarde!
Se levantó a las 9.30, sabedora de que si lo hacía más tarde, no llegaría a tiempo. Desayunó un par de tostadas con mantequilla y un colacao. Se vistió apresuradamente para intentar conectarse antes de irse. Aunque sólo fueran cinco minutos, valdrían la pena si estaba él. Josh. 17 años, alto, guapo, pelo castaño, cariñoso, amable, sensible, protector. ‘Y bien formado’, pensó An. Se rió por lo bajo y encendió el ordenador.
Mientras se encendía aquella máquina tan lenta, fue preparando el bolso para la piscina. Una toalla, bronceador, un par de revistas, gafas de sol. Se le olvidaba algo, pero no sabía que era. Repasó mil y una veces la lista que había hecho por la noche con Lor mientras hablaban por teléfono, aburridas. ‘No será nada importante’, se dijo.
Miró el reloj para asegurarse de que iba bien de tiempo. Eran casi las diez. Por una vez llegaría a la hora acordada.
Hizo la cama y se sentó frente al ordenador. Abrió el msn y se conectó tan rápido como pudo. Echó un vistazo a sus conectados. Él no estaba entre ellos. Suspiró. ‘Es temprano, seguramente esté durmiendo’. Se puso en Ocupado para que nadie le molestara. Decidió repasar de nuevo la lista para ver qué era aquello que no lograba recordar. Vio por el rabillo del ojo cómo la pantalla del ordenador era invadida por una ventana que ella no había abierto. Pensó que sería alguna de sus amigas; una de las 2 ó 3 que vivían a 10 pasos del lugar en el que habían quedado. Siguió repasando. De pronto, recordó a qué piscina iban. Bajó corriendo a la cocina, irrumpiendo en ella como un depredador arremete contra su presa. Su madre se sobresaltó.
-Pero ¿qué haces, An?
An se apoyó en la encimera, evitando caerse tras haber resbalado con un pequeño charco de agua que venía del congelador. Se había vuelto a descongelar.
-Perdón, mamá. Oye, ¿hay pan? –preguntó.
-Creo que sí. Limpia el charco y yo voy a mirar.
An asintió a regañadientes. Su madre siempre sabía cómo hacerla trabajar en casa, por muy pequeña que fuera la tarea.
Cogió la fregona y limpió el charco. Acto seguido, entró su madre con media barra de pan en la mano.
-¿Para que lo quieres?
-Acabo de recordar que me tengo que llevar la comida a la piscina –le informó.
Su madre suspiró.
-Ahora te lo hago.
An sonrió. Se abrazó a su madre y salió de la cocina tal como entró, como una bala. Al entrar en su cuarto, se acordó de que alguien le había hablado por el msn. ¡Qué cabeza la suya!
Se sentó de nuevo, desganada, frente a la pantalla. No tenía ganas de que sus amigas le metieran prisa; esta vez, llegaría temprano.
Se quedó de piedra cuando vio la ventana del msn. Arriba, un nick, no muy trabajado, pero que a ella, por alguna razón, le encantaba. A la izquierda, una foto que le volvía loca. A la derecha, un cuadro informativo: [JoSh] nada de ouro pode ficar… aparece como desconectado.
-Mierda –dijo por lo bajo. -¡Seré idiota!
Se disponía a cerrar la ventana cuando se dio cuenta de que Josh le había dejado un mensaje:
[JoSh] nada de ouro pode ficar… dice:
· An?
· Vaya, supongo que ya te habrás marchado
· Que… esto… ¿te puedo llamar esta tarde?
· No sé por qué pregunto, ya veo que no estás, jeje
· Bueno, yo te llamo, si me lo coges bien, sino, hablaremos mañana, ¿vale?
· Te quiero.
Se le paró el corazón. ¡Iba a llamarla! ¡No se lo podía creer! Tenía que contárselo a sus amigas, pero no tenía saldo y faltaba mucho para que se fuera. O no. No había mirado el reloj desde que se conectó. Giró lentamente la cabeza hacía el reloj que había colgado en su pared. Las 10.48. Mierda.
Cogió el bolso, suspendió el ordenador y salió pitando escaleras abajo, cruzando los dedos para que a sus amigas les fallara aquella vez su sentido de la puntualidad.

#1

-Es por ella, ¿verdad? Es esa maldita entrometida la que te absorbe el tiempo que debería ser mío, ¡NUESTRO!
Sentí que me fallaban las piernas. Otra discusión. El mismo tema: ella. Mi cabeza era un auténtico caos de risas, llantos, gritos, peleas. Momentos, al fin y al cabo, nuestros, que ella intentaba robarme.
-Eres una paranoica, Kate -se limito a contestarme.
Enfurecí. Me precipité sobre él; puños, patadas, gritos, llantos, todo en vano. Él ya me tenía sujeta por las muñecas.
-Kate, escúchame. Por decimonovena vez, Rach es una amiga. ¡Amiga y nada más! ¿Cuándo vas a entenderlo?
Me deshice de su agarre tranquilamente. Levanté la cabeza y le miré a los ojos, por primera vez en toda la discusión, sin furia, rabia, u odio.
-Cuando tú me lo demuestres, Jake -caí al suelo, clavando mis rodillas en él. No sentí dolor alguno, el daño ya estaba en una parte mucho más profunda de mi ser. -Estoy harta, ¿sabes? Harta de que ella parezca ser más importante en tu vida que yo. ¿Cuánto hace que nos conocemos, Jake? ¿Qué pasa? ¿Hemos dejado de ser los mejores amigos que fuimos al empezar esta relación? Porque si es así, no estoy dispuesta a soportarlo. -Desvié la mirada hacia una fotografía que había sobre la mesita de noche de su cuarto. Eran dos niños. Dos amigos. Dos hermanos. Sonreí. -No quiero ser simplemente la chica a la que besas, a la que abrazas, a la que amas. No quiero que busques en otras chicas la confianza que yo puedo darte; la confianza que teníamos, y por algún motivo, despareció cuando ella se cruzó en tu camino, Jake.
Se sentó a mi lado, abrazándome como aquella noche, dos años atrás, cuando me dio nuestro primer beso. Suspiró.
-No ha desaparecido nada, Kate. Sigues siendo mi mejor amiga, solo que ahora eres algo más aparte. Si no te cuento ciertas cosas es porque no quiero preocuparte, no porque no confíe en ti. -Me estrechó aún más entres sus brazos; me rendí.
-Jake, yo..-puso su dedo índice con cuidado sobre mis labios.
-No lo sientas, tienes razón. Además..
-¿Sí?
-Me encantan tus celos. -Sonrió, satisfecho.
Me preparé una buena respuesta, pero preferí dejarle ganar. Solo por esta vez.
-Bueno, sí, soy una celosa empedernida. ¿Y qué? A ti te encanta y yo no me arrepiento de serlo. Todos felices.
Me miró confundido al ver que no le reaccionaba como él espraba. Comprendió que ya había habido suficientes gritos, al menos, por una semana.
-Te quiero, pequeña, más que a nada.
-Lo sé, bebé, lo sé.
Buscó con urgencia mi boca. No le puse resistencia alguna. Lo necesitaba; lo necesitábamos. Me perdí entre sus besos, disfruté despacio cada una de sus caricias y dormí enredada en su abrazo, un abrazo fuerte, intenso, asegurándome que estaría ahí, a mi lado, al despertarme.
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