Rumores

Jackelyn estaba, como de costumbre, sentada en aquel banco alejado y escondido que siempre acaparaba en la hora de los recreos. Sujetaba entre sus finos dedos un cigarro, ya por la mitad, que fumaba tranquilamente sin preocuparse de las miradas indiscretas que le echaban los demás estudiantes que pasaban a su alrededor. No era por el cigarro, no; ella lo sabía bien. Desde que cruzó la puerta de su clase, mejor dicho, desde que se aproximaba a la entrada del instituto, todas las miradas iban dirigidas hacia ella. Se había corrido la voz, cosa que a Jacky le agradaba. Unos la felicitaban con silenciosas miradas; otros, la fulminaban con la misma. Haciendo caso omiso a qué tipo de mirada era la que se cruzaba con ella, no perdía su sonrisa triunfal: se sentía orgullosa de su arriesgada hazaña.
Mientras le daba las últimas caladas a su cigarrillo, notó que alguien la observaba. Por un momento creyó que sería Alex y empezó a sentir una sensación de asfixia en el pecho. Se atrevió a girar un poco la cabeza y vio que su admirador secreto era un chico de unos diecisiete años, moreno, de ojos marrones verdosos según creyó observar y no parecía tener mala pinta. Sonrió para sí, pasando la boquilla del cigarro por sus labios de manera provocativa. El tipo se levantó y se acercó a ella cuando tiró la colilla al suelo.
-¿Puedo? –preguntó el extraño mirando a Jacky.
Ella se encogió de hombros y el muchacho se sentó no muy lejos de ella.
-¿Son ciertos los rumores que circulan sobre ti, pequeña Jackelyn?
-¿Qué rumores, gran desconocido?
-Oh, perdona, que descortés por mi parte. Me llamo Matt –se presentó.
-Al grano.
-¿Dejaste con el calentón a Alex la otra noche, tigresa?
-Si ya te lo ha contado él, ¿para qué coño preguntas?
-¿Quién te dijo que me lo contó él?
-Tigresa.
-Chica lista… -se quedó pensativo.
-Amenázame, mírame mal y vete, estoy ocupada.
-¿Con qué? –miró a su alrededor exagerando para encontrar aquello que mantenía ocupada a la joven.
-Contigo desde luego no –le cortó ella.
-Bueno, vale, ya me voy. Sólo quería decirte que si de verdad eres tan fogosa como dice tito Alex, me gustaría probarte alguna noche.
-¿Y no te dijo tito Alex que soy propensa a parar cuando noto que no voy a ser bien rellenada? –se burló ella.
Matt se rió escandalosamente.
-Tranquila, Cenicienta, el hecho de tú lo tengas excesivamente estirado no quiere decir que no vuelva algún día su forma –le dio un pellizco en la mejilla y se fue sin volver la vista.
-¡Idiota! –gritó ella, furiosa.
Poco después sonó el timbre que anunciaba el final de su escaso tiempo de libertad. Al levantarse del banco, su pie se topó con algo ligeramente más duro que la tierra que había allí. Lo levantó y se encontró un papel.
-Debe de ser del simpático de antes –se dijo.
Lo cogió.
Pequeña Jackelyn, no te tomes en serio mi bromita de antes (sí, eres bastante previsible, muñeca). Tercera planta, pasillo de la derecha, 1ºB. Hoy salgo una hora tarde porque tengo que quedarme a una clase de recuperación. ¿Te viene bien esperarme?
Al final de la nota había un número escrito, supuestamente, el de aquel tipo. Estrujó la nota entre sus dedos y la tiró al suelo, aún más irritada que antes. Avanzó hasta el árbol que ocultaba aquel banco solitario y se paró al ver al tipo apoyado en la pared de la puerta de entrada al edificio. Decidió, pues, que inglés se lo tenía más que sabido y que no tenía prisa por entrar. Retrocedió despacio y se sentó en el banco mientras se guardaba en el bolsillo un arrugado trocito de papel. Sonrió.

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