Jueves, 5 de julio.

Puf, qué cansada estoy. Ayer volví súper tarde, Ali me entretuvo bastante en la fiestecilla esa rara. Pero bueno, al menos me presentó más gente para poder salir por esta ciudad. ¡Y tengo una suerte que lo flipas! Porque mi padre aún no había vuelto de la cena de empresa y me libré de una buena bronca. Mi padre es muy estricto en los horarios. En fin. ¿Por dónde me quedé el otro día? ¡Ah, sí! Estaba relatando mi historia de como encontré a Pupi. Pues veréis, fue el verano pasado. Hacía un día espléndido y Ali se había ido a pasar una semana al pueblo de su padre, al sur de Francia. Yo todavía no estaba muy integrada en su pandilla: salía con ellos, me divertía, tenía confianza. Pero siempre iba pegada a Aline. Siempre he sido bastante tímida en las relaciones y no me imaginaba salir una tarde sin tenerla a ella. Estúpido, ¿verdad? Bueno, así era yo. Me desvío del tema… El caso, me apetecía dar una vuelta por la ciudad, conocerla un poco a mi manera sin necesidad de ir a callejones para fumar o a escondrijos para beber. Por desgracia, mi padre no me dejaba salir de casa si no era acompañada. Pues haber llamado a un colega que te sirviera de excusa, diréis. Pues no, mi padre solo me dejaba salir si iba acompañada… ¿lo adivinas? Sí, de Aline. Decía que era la única persona de mi grupo de la que se podía fiar, la más responsable, educada y esas tonterías que los padres suelen creer mejor para sus hijos. Lo que no sabía es que gracias a ella había descubierto el magnífico sabor del ron miel. Bueno, me sigo desviando… En fin, prosigo. La única solución que me dio fue salir con él. Ir acompañada de mi padre supondría pasarme horas y horas sentada en una mesa polvorienta llena de tíos con manchas de grasa por todo el cuerpo que apostaban y apostaban sin saber que mi padre se guardaba un As en el bolsillo, literalmente claro está. En aquella época mi padre no tenía trabajo y sacaba el dinero de donde podía. Al ver que no le haría entrar en razón, bajé los brazos y me retiré en silencio a mi cuarto. Una media hora después, oí su tentadora voz gritándome: ‘Kai, cariño, me voy ya. Si necesitas algo sabes donde estoy.’ Antes de poder contestar ya había cerrado la puerta. Y ¡cómo no! yo aún seguía dentro de aquellas malditas paredes… y ventanas. Vivía –y vivo- en un primero con escalera de emergencias por la parte trasera, la terraza que está junto a la cocina. No fue difícil desatrancarla. Sentir la brisa veraniega sin tener al lado a mi padre o a Ali me hizo sentirme atrevida. No sabía por dónde empezar a explorar; aunque mi barrio era chiquito yo quería más. Y… bueno, diréis que soy gafe, pero a los 15min de salir de casa, empezó a chispear. Era verano y, obviamente, yo iba sin paraguas, ¡nadie se espera que llueva en un día tan soleado! La lluvia se fue acentuando y fue entonces cuando corrí sin saber a dónde iba buscando refugio. Llegué a un parquecito cercano en el que nunca antes había reparado –luego encontré un atajo y se tarda bastante menos, pero eso es ya otra historia…-. La primera visión que tuve del parque no fue la mejor dadas las condiciones temporales, pero la gran arboleda que se extendía a ambos lados del paseo principal era mi salvación. Me quedé bajo un árbol de gran copa que apenas dejaba traspasar la lluvia y entonces lo vi. Pupi se levantaba tímido y escondido sobre una explanada que, mojada no valía mucho, pero en los buenos días era el mejor lugar para pasar la tarde. No sabría explicarte por qué me fijé en él con tantos árboles delante, sería cosa del destino supongo.
Y… fin, aquí acaba esta historia, otro día os contaré cómo fue la vuelta, que tampoco tiene pérdida.

Que la lluvia no estropee tu sonrisa.

Ky.#

Es que... la quiero

-Perdón.
-¿Por qué?
-Porque soy una borde, una estúpida y gilipollas a más no poder...
-Cuqui...
-No, déjame hablar a mí, por favor. Antes de ayer y ayer he estado muy seca contigo, no borde pero sí pasota. Si estuve borde, lo siento, no era mi intención. Estaba rallada y no tenía ganas de mucho, la verdad. Lo que más me duele es que sé que tú estabas igual o peor y yo no hice nada mientras tú intentabas animarme. Fui una egocéntrica hablándote solo de lo que yo tenía sin preocuparme qué era lo que te tenía mal a ti. Y... bueno, seguro que se me escapa algo por decirte pero es que no se me ocurre nada más. Simplemente que te quiero, Afri, y mucho.
Se quedaron en silencio, mirándose fijamente. Marrón tierra contra azul mar. Norte y sur. Y, sin embargo, tan iguales.
-Te quiero, An.
-Te quiero, hermana.




Quien juega con fuego arde de placer

Jackelyn se aburre. Decide saltarse la clase de filosofía alegando que tiene un dolor inhumano de cabeza y que está mareada. Sale de clase sonriendo a espaldas del profesor y se dirige al patio a que le dé el aire. En la pista, una clase dando gimnasia corre alrededor del área marcada.
-Siempre he pensado que correr en círculos es de gilipollas –se dijo.
Se sienta en el banco de siempre y saca el cigarrillo medio consumido que había tenido que apagar antes de entrar al instituto.
Echa una mirada despreocupada a su alrededor cuando ve una silueta musculosa acercándose a la fuente que hay detrás de los árboles que tapan el banco. Guarda el cigarro, se coloca la camisa y se acerca.
-Matty –sonríe.
Él sigue bebiendo agua sin prestarle atención a la chica.
-Oh, venga, ¿cuánto tiempo vas a intentar ignorarme?
-No lo intento, lo hago, Jacky.
-No entiendo tu puto juego. Primero me vienes a buscar para que te haga un completo y ahora pasas de mi culo.
-Podría preguntar lo mismo, pero es que me la sudas, ¿sabes? Entérate ya.
Se agacha de nuevo a la fuente para dar un último trago antes de irse. Jacky, ofendida, apaga su cigarro en el agua mientras él bebe.
-Que te jodan, guapito.
Matt escupe las cenizas aguadas y agarra a Jacky del brazo.
-Eso es lo que tú quieres, ¿no? Que te joda pero bien.
La besa. Con intensidad, con furia, con rabia, con deseo. El morbo de ser descubiertos por cualquier profesor. De ser vigilados por ventanas vecinas. Jacky se pega a él, sintiendo la aceleración acompasada de sus corazones. Y entonces él se aleja. Y la deja con los labios rojos, hinchados. Y ella ve como sus torpes piernas le fallan y queda de rodillas en la tierra, con el sabor de lo prohibido recorriendo su boca.

Miradas, corazones, motor

Hacía dos meses que no cruzaban una sola palabra. Tan solo miradas de nostalgia era lo que compartían.
Ella no daba el paso por su orgullo; él, por miedo al rechazo. Aunque ninguno lo aceptaba, se regalaban cien visitas diarias en busca de algún tablón, comentario o estado que les pudiera guiar acerca de cómo le iba al otro.
Ella se tiraba las noches en vela leyendo sms, comparando el principio con el final, y llorando en silencio. Él dormía abrazado a su foto, acariciando sus ojos azules y memorizando la dedicatoria que había por detrás.
Martes, 14:30, salida, libros y hojas desparramadas, corazones recién encontrados.
-Lo siento, de veras.
-No pasa nada.
Se rehuyen la mirada mientras recogen los apuntes de ella. Él le da los pocos que logró recoger antes de que ella le impidiera agacharse. Se rozan con la punta de los dedos: electricidad. Ella se da la vuelta.
-Bree, espera.
-Dime –sus miradas se encuentran, por fin.
-Te estás comportando como una inmadura.
-¿PERDONA? No fui yo la que cortó por sms, ¿eh? Te lo recuerdo.
-Oh, venga, me vas a decir que me rehuyes por eso… Escucha, yo también te echo de menos y estoy harto de fingir indiferencia.
-¿Tú también me echas de menos? ¿Y ese ‘también’ a santo de qué viene? Creo que te estás confundiendo de Bree, si me disculpas.
Él la agarra del brazo.
-Te quiero, Be.
El sonido de un motor se acerca sutilmente a la acera donde están. Ella sonríe.
-Lo sé, Drew, y yo a ti también.
Un chico moreno, ojos marrones pero intensos, casco en mano, baja de la moto.
-Pero ya no eres el único.
Le da un beso en la nariz, inocente, pícara. Se aleja en dirección a la Kawasaki ninja 250 y se pierde en el horizonte, el humo delator de su rumbo perdido.
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