When you FALL in love. (5)

-Eh, Dany, tío, no te alteres, recuerda que tenemos público –dijo una voz delante de él.
-Cállate –se limitó a responder él. Luego, se giró hacia Kath- ¿Estás bien?
-Sí, sí, pero ¿qué pasa?
-¿Qué? Oh, nada. Tenías razón: será mejor que vuelvas a tu casa. Beto –giró su cabeza de nuevo hacia delante, dirigiéndose a aquella voz que antes le había intentado tranquilizar- llévala.
-¿Que qué? No. Que se vaya sola, colega, yo me quedo contigo.
Kath sintió cómo Dany empezaba a temblar de rabia. Se pasó varias veces la mano por la frente en un intento de aclarar sus ideas y tranquilizarse.
-Beto, no seas cabe…
-Si piensas que me has traído hasta aquí para luego largarme a mi casita –interrumpió Kath- te equivocas, majo.
-Eh, piba, baja esos humos, ¿eh? –le dijo el tal Beto.
-Bájalos tú –dijo Dany, enfadado por su contestación.- Yo me encargo de ella. Lárgate.
Sin replicar, se dio la vuelta y se perdió entre el gentío. Dany se volvió hacia Kath, nervioso.
-¿Por qué te has puesto así?
-¿No le has visto? –Dany señaló con disimulo hacia la figura que había aparecido hace poco en la pista.
Kath se giró descaradamente para ver qué podía alterar tanto a Dany, quién siempre solía tener nervios de acero. Era Brett.
-¡¿Brett?! Escóndeme, por Dios –suplicó ella.
En ese momento, Brett fijó su vista en ella, estudiándola de arriba abajo, guardando cada detalle en su corta memoria. Sonrió. Kath empezó a temblar levemente, no sabía si por frío o por miedo.
-Eh, eh, tranquila: no se va a acercar. Hay demasiada gente, ¿ves? –dijo señalando al círculo de gente.
Luego, la abrazó, retando a Brett en toda regla. Este apretó los puños, pero se contuvo al ver que ella se deshacía de su agarre.
-¿Qué pasa?
-Nada. ¿Cuándo bailas?
-Cuando el señorito quiera –gritó Dany en dirección a Brett.
Este, como contestación, se quitó la sudadera, dejando ver unos músculos bien definidos y una sonrisa de suficiencia. Dany le imitó, demostrándole una seguridad en sí mismo que Brett odiaba.
-Dany –dijo Kath-, limítate a bailar.
-¿Tienes miedo, Catherine? –preguntó Dany, satisfecho.
-No –respondió, secamente-. Simplemente quiero que cumplas tu parte del trato y me lleves a mi casa de vuelta.
-Yo cumplí: te di lo que habías perdido. En ninguna parte consta que tenga que acompañarte hasta tu portal.
Kath se quedó helada: en la voz de Dany no había señales de que estuviera bromeando. ¿Cómo volvería ella sola, si ni si quiera sabía dónde estaba? ¿Y si le pasaba algo?
-¿Estás bien? –inquirió Dany, interrumpiendo sus pensamientos.
-Sí, estoy bien. Te veré en septiembre.
-Eh, eh, ¿estás tonta? Estaba de cachondeo. Tú quédate aquí; machaco a este imbécil y vengo a buscarte.
Se apresuró a buscar de nuevo su boca, pero en esta ocasión, la interrupción vino de la mano de uno de los múltiples colegas de Dany.
-Ey, tío, venga sal ya y dale por boca a ese creído –le animó el tipo, entusiasmado.
Dany, molesto, asintió en silencio, mientras ponía su sudadera en manos de Kath y se alejaba lentamente, seguido de sus innumerables ganas de probar el sabor de sus labios. Kath, confundida, avanzó un poco entre el gentío, con el fin de asegurarse un buen puesto para ver bailar a su acompañante.

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