When you FALL in love. (2)

A la mañana siguiente, Kath se despertó cuando apenas empezaba a salir el sol. Para su sorpresa, no se sentía apenas cansada. Intentó conciliar el sueño de nuevo, solo porque la idea de levantarse mientras los demás dormían no le agradaba mucho.
Recordó entonces que su móvil llevaba dos o tres días sin batería, por lo que se levantó a buscar el cargador, procurando no hacer ruido, y lo enchufó. Al encenderlo, le saltaron quince mensajes: once de sus amigos y cuatro del buzón de voz. El último, era del día anterior a las doce y trece minutos. El número no lo conocía, por lo que llamó al buzón de voz para ver si había dejado mensaje. Efectivamente:
Ey, Sherlock, creo que has perdido algo. ¿Vas a llamar a Watson o prefieres atrapar directamente al ladrón?
-Gilipollas –susurró cabreada.
Decidió no darle el gusto de devolverle la llamada, así que se tumbó de nuevo en la cama y cerró los ojos con fuerza, obligándose a dormirse o a despertarse de aquella pesadilla.
Logró su propósito: durmió hora y media más, pero deseó no haberlo hecho; había soñado con él, con su sonrisa de superioridad, su carácter egocéntrico, su manera de ser, totalmente confiado de sí mismo, con sus pantalones caídos, su pelo revuelto, aquella gorra roja, su preferida según parecía por tantas veces como la llevaba…
-¡BASTA! –Le gritó a su propio pensamiento.- Está bien, tú ganas, iré a buscarle.


Salió de su casa sobre las doce, creyendo ser ella la que manejaba la situación, la que decidía cuándo y dónde se verían. Por supuesto, estaba equivocada: mucho antes de haber decidido ella que iría a su encuentro, Dany ya estaba preparando su ropa, sabedor de que Kath no rechazaría su invitación.
La mañana estaba fresca a pesar de que el sol lucía bien alto. Llegó a la plaza cuando empezaban a posarse algunas sombras sobre el suelo. Se lo encontró sentado sobre un banco cercano al sitio dónde se habían encontrado la noche anterior. Al verla, sonrió.
-Idiota –dijo Kath.
Dany se incorporó y la esperó con paciencia, no tenía prisa alguna.
-Sabía que vendrías.
-Ve al grano. ¿Qué he perdido?
-¿Te crees que te lo voy a dar sin recibir nada a cambio?
-Oh, por supuesto que no, eres demasiado estúpido como para tener un gesto amable. De todas maneras, no te he dicho que me lo des, sino que me digas qué he perdido.
-Bueno, me da igual: dar, decir; al fin y al cabo sales ganando tú y yo sin nada.
-¿Qué quieres?
-Mmm… -se quedó un rato en silencio, haciéndole creer a Kath que estaba pensando en lo que le iba a pedir cuando en realidad él lo tenía muy claro.- Verás… esta noche hay un concurso de break en la Plaza de San Sebastián. El edificio este alto, de color miel que hay junto a un…
-Eres desesperante –le interrumpió.
-Am, gracias, pero me has hecho perder el hilo. ¿Por dónde iba? Oh, no me acuerdo, tendré que empezar de nuevo –sonrió, satisfecho de haberla puesto de los nervios.
Kath hizo ademán de darse la vuelta, pero entonces Dany acabó su frase.
-…y quiero que vengas conmigo.
-Perdona, ¿qué has dicho?
-Que quiero que vengas conmigo. ¿A qué hora te paso a buscar?
-¿A las 25:75 te viene bien? –se burló ella, molesta.
-Em, no, a esa hora tengo dentista: unos dientes tan perfectos no se consiguen solos.
-Qué pena, yo antes de esa hora no puedo.
-Bueno, que sea después entonces, no tengo prisa, cariñito.
-Estupendo –susurró ella.- ¿Y cómo puedo estar segura de que tienes algo mío de verdad y que no te lo estás inventando?
-Ahí tienes razón: no puedes estarlo. O te fías de mí o… -se calló un momento, esperando a que ella le saltase.- Vaya, esta frase no las acabado; pierdes facultades. A lo que iba: o te fías de mí, o te fías de mí.
-¿Y si no me fío?
-Lo harás.
-¿A qué hora es la fiestita esa?
-Primero: no es una fiesta, es un concurso. Segundo: no tiene hora fija; cuando lleguen todos los participantes, empieza. Da igual que sean las nueve de la noche o las tres de la mañana.
-Ay, que pena, pero es que mi mami hasta tan tarde no me deja, otra vez será.
-Tú tranquila, tito Dany lo soluciona.
Kath se quedó callada, meditando la manera menos humillante de aceptar su propuesta.
-Está bien, no haré que hieras tanto tu orgullo: te paso a buscar a las ocho. Estate preparada, cielín.
-Qué amable. ¿Y por este gesto no pides nada a cambio?
-¿Lo dudabas? –Dany se agachó hasta quedar a la altura de Kath, se inclinó sobre ella y le dio un beso en la comisura del labio.- Pero tranquila, te lo cobraré esta noche.
Con las mismas, se irguió, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Kath confundida, cabreada y, por desgracia para ella, con ganas de más.

La última calada.

Abrió la puerta despacio, sin hacer ruido. Las luces estaban apagadas pero de fondo se oía lo que parecía ser el murmullo de un televisor.
-Quédate aquí –susurró la chica a su acompañante.
Se acercó hasta el salón y vio una figura mirando embobada la película que ponían en la tele.
-Llegas tarde, Jackelyn –canturreó.
-¿Y mamá y papá?
-Salieron.
-Bien –se acercó al mando de la televisión y la apagó.- Los lunnis salieron hace tiempo, Jimmy: a la cama.
El muchacho se levantó y se dirigió a la puerta.
-Si papá se entera de que llegas tarde y de que encima traes un chico…
-Duérmete, enano, mañana te hago los deberes.
Jimmy sonrió satisfecho mientras subía las escaleras hacia su dormitorio.
-Hermanos… -se lamentó Jacky.- Puedes pasar –informó en un tono algo más elevado.
-¿Seguro?
-Sí.
El interpelado cerró la puerta con sumo cuidado para no llamar la atención del enano durmiente y así tener intimidad de una vez por todas.
-¿Quieres beber algo? –preguntó Jacky.
-Tu saliva.
Ella sonrió con picardía.
-Pues ven a buscarla.
Sin necesidad de repetirlo dos veces, el chico se abalanzó sobre ella, aferrándose a su cabello con fuerza mientras pasaba su lengua por el frágil cuello de la muchacha. Ella se estremeció de placer mientras se mordía el labio inferior ya sin pintalabios. Bajó sus manos por el pecho de él, en un desesperado intento por llegar por fin hasta el final de la camiseta y poder arrebatársela. Lo consiguió a la vez que él empezaba a desabrocharse el cinturón sin darse cuenta de que ella aún estaba vestida. Cuando reparó en ello, llevo su boca a los botones medio desabrochados de la camisa de Jacky e introdujo su lengua por el hueco que dejaban, recorriendo así el comienzo de sus pechos aún protegidos. Ella, enloquecida, recordó su propósito y comenzó a llevarlo a cabo: le empujó contra el sofá, cayendo sobre él y notando su excitación sobre su sexo palpitante a la vez que se quitaba la camisa a tirones. Él, con los ojos desorbitados, forcejeaba con su cinturón. Sus respiraciones acompasadas se perdían entre un caos de gemidos. Jacky bajó sus labios hasta el cuello de Alex y empezó a succionar. Notó cómo cada vez su excitación iba a más y se apresuró a contonear sus caderas, rozando su sexo alrededor de aquel músculo pasional. Alex consiguió desabrochar su cinturón y su próxima víctima fue el sujetador de Jacky que, todo lo contrario a su cinturón, no se resistió. Tiró de la chica hacia atrás, se deshizo del sujetador y comenzó a mordisquear sus pezones y a masajear sus pechos. Ella gimió mientras seguía moviéndose sobre él, sin importarle que la gente la escuchara gritar: ya pensaría alguna excusa… mucho más tarde. Alex dejó a un lado su presa y se concentró en la minifalda tan sugerente que llevaba Jacky, imaginándose qué habría tras ella. Después de echarle una mirada, alzó la vista hacia la chica, dedicándole una mirada de lo más sensual. Ella entendió al vuelo lo que quiso decirle: se levantó, se alejó un poco y encendió la cadena de música. Sonaba una canción lenta cuando empezó a desabrocharse la falta ante Alex. Con movimientos sugerentes, levantó al chico y lo sentó en una silla. Ella quedó de espaldas a él mientras su falda iba bajando por el mulso. Alex pudo ver su tanga negro, perfecto para la ocasión, pidiéndole a gritos que se lo llevase consigo. Así fue: se abalanzó sobre la chica, pegó su trasero a su sexo y metió su mano por la parte delantera de aquella pieza tan excitante. Ella sintió cómo él introducía su dedo índice lentamente por aquella abertura y a la vez iba haciendo resbalar su tanga. Gritó escandalosamente, pero Alex le tapó la boca antes de que alguien bajara a ver por qué había tanto griterío.
-Shh –le susurró al oído.
Luego, dejó que su lengua recorriera cada línea de aquel cuello antes de volver a dirigirse hacia ella.
-Siento mucho haberte llamado princesita de papel la otra noche, tigresa, no creí que fueras tan… fogosa. No me arrepiento de haberte dado otra oportunidad.
Jacky sacó la punta de la lengua y la pasó por la mano de Alex, en un intento de que él la liberara. Éste sacó su dedo índice aquella abertura, quitó la mano de la boca de Jacky y le arrancó el tanga de un tirón.
-Te aseguro que no te arrepentirás –dijo ella en un susurro mientras se giraba hacia Alex y se acuclillaba ante el botón de su pantalón.
Él sonrió, complacido de que hubiera adivinado su pensamiento. Jacky aprisionó el botón entre sus dientes mientras empujaba su barbilla contra el punto de excitación de él. Este agarró con fuerza el pelo de Jacky mientras gemía de placer. Una vez hubo desabrochado el pantalón, se irguió y le lanzó a Alex una mirada de complicidad. Se agachó de nuevo y sacó del bolsillo de él un preservativo. Lo abrió y se lo tendió al chico, quien negó con la cabeza.
-Hagamos bien las cosas, ¿no?
Ella se mordió el labio y asintió. Le señaló las escaleras y él no tardó en subirlas detrás de Jacky. La tiró a la cama con furia, se quitó los boxers y se puso el condón. Luego, se abalanzó sobre ella, moviéndose hacia arriba y hacia abajo acompasadamente sin penetrarle. A Alex le gustaba mucho jugar con su presa. Jacky no tuvo tiempo de gritar pues él metió su lengua en su boca mucho antes de empezar siquiera. Consiguió liberarse de su boca y miró el reloj. Sonrió complacida, se colocó encima de Alex y se levantó de la cama.
-¿Se puede saber qué coño haces? –gritó Alex, enfadado.
-Lo siento, cielo, la carroza de la princesita Cenicienta cierra a las doce –dijo Jacky aún sonriendo.- Puedes irte.
Abrió la puerta y le lanzó los calzoncillos a la cara.
-Que te diviertas, principito.
Alex salió furioso de su cuarto y Jacky pudo oír cómo seguía relatando escaleras abajo. Luego, un portazo para cerrar la noche con broche de oro. Bajó a recoger su ropa y lo dejó todo tal como estaba antes. Subió y se acostó en su cama, feliz a pesar de no poder dormir. Poco después, sonó el móvil. Era Alex.
-Oye, que siento haberme ido así. Me lo merecía, sí. ¿Me das otra oportunidad? –dijo esperanzado.

-Oh, lo siento, nunca repito dos veces con el mismo. Chaíto –colgó.



Con las mismas, encendió un cigarrillo y lo dejó en el cenicero, consumiéndose igual que la calentura de su querido Alex.

When you FALL in love. (1)

Sentada frente a la ventana contemplaba con desgana como pasaban las horas. Las cuatro, las cinco, las seis. En su mp3 sonaba su canción favorita por el momento. Canturreaba palabras inventadas puesto que la canción era inglesa y mucho no entendía. Pensó en ir a buscarla por google, pero no le apetecía moverse de su sitio. Estaba cómoda mirando el cielo, más claro que ningún día de verano. La gente pasaba: algunas personas iban con prisas, otras, se paraban a observar hasta el más mínimo detalle de cada figura que había a su alrededor. Sí, era un bonito día.
Un golpe sordo en la puerta la sacó de su sueño despierto.
-¿Cariño?
-Dime, mamá.
-¿No vas a salir?
-Eh, no, no tengo ganas –desvió la mirada para volver a sumergirse en sus propias fantasías, pero su madre no se lo permitió.
-Vamos a ver, estamos en verano, hace un día espléndido, y tú no quieres salir. ¿Se puede saber por qué?
-Si te digo la verdad, no lo sé; estoy bien aquí.
-Bueno, como quieras, no insistiré más.
Salió de su cuarto haciendo un intento de portazo. Kath ni se inmutó: antes de que su madre se levantara, ya se había colocado el casco de nuevo.
A lo lejos, en un parque cercano, vio una gran multitud de personas rodeando a alguien o algo. Se incorporó para intentar ver qué era eso que llamaba tanto la atención, pero la gente inquieta, moviéndose de un lado para otro, no la dejaban verlo.
Se calzó sus Nike y bajó con tranquilidad las escaleras de casa.
-Mamá, salgo un momento, no tardo.
-De acuerdo, Catherine.
Salió dando un intento de portazo, tal como había hecho su madre antes.
Conforme se fue acercando a la multitud, iban aumentando sus ganas de darse la vuelta. Sería imposible pasar entre tanta gente. Aún así, su curiosidad pudo más y se acercó lentamente, tanteando los posibles huecos por los que podría colarse.
-Bah, es imposible, tampoco será tan importante.
Caminó unos cinco pasos hacia atrás y se topó con un obstáculo, algo que no le permitía seguir avanzando, aunque fuera andando del revés.
-Oye, perdona, ¿te puedes quitar?
Se giró bruscamente y vio un rostro familiar. Este le sonrió.
-Oh, Dany, que raro verte en un sitio tan abarrotado –dijo en tono sarcástico.
-¿A qué sí? –respondió mientras mantenía su sonrisa.
-Sí –se limitó a contestar Kath.
-¿Qué haces aquí?
-Dar una vuelta.
-¿Justamente por dónde salgo yo?
-No, justamente por donde vivo yo. ¿No será que me sigues tú?
Dany rió escandalosamente.
-¿Te molestaría que lo hiciera?
-¿Te molestaría que te denunciara por acoso?
-Vale, vale, tampoco tienes por qué ser tan borde. Encima que me acerco para ayudar…
-¿Para ayudar?
-Sí, te vi un poco perdida y pensé que quizás necesitarías la ayuda de una persona con contactos, e inmediatamente después…
-Pensaste en ti –le cortó.
-No. Bueno, para qué mentirnos; en realidad, sí.
Kath desvió la mirada de nuevo hacia el colapso de gente, con la esperanza de que hubiera menguado. Todo lo contrario: había crecido.
-Puedo conseguirte asientos de primera fila si quieres.
-No veo las sillas por ninguna parte –se burló ella.
-Tampoco ves qué es lo que atrae tantas miradas y, sin embargo, aquí estás.
Kath resopló. Ahora recordaba claramente por qué nunca había hecho buenas migas con aquel tipo. Era demasiado arrogante, presuntuoso, creído y si se acercaba a las tías, era solo para echarles un polvo. Se le revolvió el estómago ante la idea de que se le hubiera acercado para eso. ‘Hasta arcadas me da este tipo’, pensó.
-Bueno, yo me voy, te veré en septiembre si acaso.
-Espera.
-¿Qué? ¿Has cambiado de idea y quieres venir con tito Dany?
-No, es que se te ha caído algo al suelo.
Se registró los bolsillos en busca de aquello que había perdido, pero lo halló todo en su sitio.
-A ver, Sherlock Holmes, ¿qué se me ha caído?
-Tu dignidad –sonrió ella.
Se dio la vuelta y empezó a caminar con tranquilidad, invitando a Dany a seguirle el paso sin ella saberlo. Decidido, se colocó la gorra y avanzó. Apenas le dio tiempo de dar dos zancadas, pues una voz femenina y sugerente gritó su nombre desde la dirección contraria a la que él se dirigía. Se dio la vuelta cuidando de no perder a Kath de vista.
-Dime, Alex.
-¿Ya te vas? Ni si quiera has bailado –le dijo mientras se acercaba a él.
-No, no me voy. Iba a por un refresco, ¿quieres que te traiga uno? –le ofreció intentando librarse de ella.
-Jack y Beto ya han traído. También trajeron vodka, JB y Larios –sonrió con picardía.- Entonces te quedas, ¿no?
-Eh… -giró la cabeza con disimulo para ver si su detective particular se había alejado mucho. No estaba.- Sí, me quedo.
Ella le agarró del brazo y tiró de él hasta un pequeño grupo en medio de la multitud. Dany se lamentó por haber dejado escapar a Kath. Llevaba todo el verano esperando para verla […]

Superhuman.

Era una tarde lluviosa de finales de octubre. Olía demasiado a tierra mojada y la humedad ponía de los nervios a An. Definitivamente, odiaba la lluvia. Lamentablemente, tendría que aguantarse aquella vez: había citado a Mitch en el parque que había detrás de un colegio, el sitio donde se veían siempre que quedaban. Pero esta ocasión no era como las demás. En realidad, nada era igual. En apenas unas horas, todo su mundo se había derrumbado sobre su espalda, llevándose consigo sus ganas de seguir adelante. ‘Voy a salir de esta’, se repetía continuamente mientras se terminaba de arreglar. Cuando estaba ya vestida, se acercó a su estuche de maquillaje, cogió el lápiz de ojos azul y se puso frente al espejo. Tenía las mejillas manchadas de negro, los párpados le pesaban y se vislumbraban sus ojeras a kilómetros de distancia. Tiró el lápiz encima de la mesa con rabia. Se prometió no volver a llorar por él y se había traicionado a sí misma. Eso no se lo perdonaría, ni esta vez ni nunca más. Se puso una sudadera con capucha, se metió las llaves en el bolsillo y salió de su casa sin hacer el mínimo gesto de despedida.

No muy lejos de allí, un chico de unos 17 años se vestía apresuradamente. Miraba repetidas veces el reloj; seguramente, llegaba tarde a algún sitio. No se paró a mirar el armario en busca de la vestimenta adecuada, no parecía que le hiciese falta: estaba bastante seguro de sí mismo. Sin embargo, tenía la sensación de que algo no iba bien: An la había llamado para salir, sí, pero en la corta conversación que mantuvieron, notó que su voz se quebraba con frecuencia. Algo le pasaba y eso no era una buena señal. Normalmente, cuando estaba mal, acudía a Josh, su amigo del alma, aquel que nunca le fallaba. ‘Sólo es un imbécil’, pensaba Mitch, ‘An no le tiene en cuenta y él sigue pensando que algún día será suya. Pobre iluso’. Miró de nuevo la hora: las siete y veinticinco. Bueno, con andar a paso ligero tendría bastante. Sabía que ella le esperaría el tiempo que hiciera falta.

An llegó a la hora, como pasaba siempre que quedaba con él. ‘Qué tonta soy’, pensaba desde que salió de su casa. Estaba chispeando, pero no vio la necesidad de ponerse la capucha: al menos, tendría una excusa para aquellos chorretones. A pesar de que todo el parque estaba encharcado, se sentó en el primer banco que vio, sin importarle que llevara puesto su pantalón no-vaquero favorito.
Sacó el móvil del bolsillo para ver cuánto se retrasaba esta vez Mitch. Para su sorpresa, no llevaba ni cinco minutos esperando. A lo lejos, vio una figura acercarse con aires de tranquilidad. Cuando se dio cuenta de que An tenía la vista fija en él, fingió acelerar el paso. Ella no se movió, ni si quiera hizo ademán de saludarle. Mitch no sabía qué hacer: nunca le había pasado algo así con ella. Intentó romper el hielo, destruir ese muro que An había levantado entre los dos apenas hace unas horas.
-Si sigues ahí sentada mucho tiempo, se te estropearán los pantalones –dijo, con tonto de broma.
Ella seguía impasible, con la vista fijada en él.
-Bueno… -susurró.
-Toma –An le lanzó algo.
Mitch vio cómo el objeto que le había lanzado emitía un leve destello antes de caer en sus manos mojadas. El anillo.
-¿Para qué me das esto, An? Es tuyo.
-¿Recuerdas lo que me dijiste cuando me lo regalaste? ¿Recuerdas lo que hiciste inscribir en él?
Él la miraba extrañado, sin entender muy bien a dónde pretendía llegar. An explotó al ver que él no reaccionaba. Se levantó, furiosa.
-Eh, para, An. Claro que me acuerdo. ¿Acaso lo dudas?
-Sí –contestó simplemente.
-No me lo puedo creer –se ofendió.
-Venga, Mitch, no te me vengas a hacer el indignado ahora, sé perfectamente que todo lo que yo te diga te resbala.
-¡¿QUÉ?! ¿Cómo puedes pensar eso, An? No es cierto, sabes que…
-Sí –le interrumpió ella. –Sé que es cierto, ¿sabes por qué? Por que si te importara no te comportarías como lo estás haciendo. ¿Cuántas veces te he repetido que odio las mentiras? ¿Cuántas veces te he demostrado lo que me duele que pases de mí? Dime, Mitch, ¿cuántas?
No sabía responderle: las cosas se le estaban yendo de las manos. Se hizo un silencio incómodo durante unos segundos que se hicieron una eternidad para ambos. An se sentó, respirando aceleradamente. Mitch la imitó.
-An, cariño –le puso la mano en el hombro, en ademán de abrazarla, pero ella se resistió.
-No, Mitch, esta vez no. Estoy cansada de tus payasadas de niño inmaduro. Estoy cansada de que me mientas. Estoy cansada de que hagas conmigo lo que quieras. Estoy, simplemente, cansada de ti.
Mitch se quedó de piedra. Abrió la boca para responder, pero An le negó con la cabeza, poniéndole su dedo índice sobre los labios.
-No, pato, ahora me toca hablar a mí –sintió como una lágrima recorría sus facciones desde el lagrimal hasta la barbilla, dónde se cayó a un vacío casi tan grande como el qué había en su corazón. –Cuando te conocí y nos hicimos tan buenos amigos, pensé que estaba soñando. Nunca había conocido a alguien tan especial como tú. Pasaron las semanas y ese sentimiento se transformó, bien lo sabes tú. Me callé, sabiendo que tú no tenías interés en romances debido a tus estudios. Sufrí en silencio durante ¿cuánto? ¿Días? ¿Semanas? No. Meses, Mitch, tres meses de dolor. Un dolor que no podía compartir con nadie, nadie. No aguanté; te lo dije el mismo día en que tú me dijiste que al acabar el verano te irías a estudiar fuera. Lejos de aquí: estabas cansado de este ambiente. Lo único que te retenía era yo. Esa fue la mejor y la peor noche de mi vida; te gané y al instante te perdí. –Su rabia fue menguando hasta llegar a convertirse en melancolía, nostalgia por aquellos días en los que fueron felices. –No llegamos a hacer el mes, ¿sabes? Decías que si esperábamos más, sería más difícil la despedida. ¿Y todo para qué? Para que al final te quedaras aquí y no me volvieras a mencionar el tema. Intenté rehacer mi vida cambiando de aires, cambiando de amigos. ¿Para qué? Para que volvieras a cruzarte en mi camino y destruyeras todo lo que llevaba conseguido con un simple beso en la mejilla. Y así dos, tres y hasta cuatro veces más. Yo no puedo, Mitch, no puedo. Ni me dejas rehacer mi vida, ni me dejas que esté contigo. ¿Qué hago? ¿Eh? ¿Qué cojones hago?
Mitch se quedó sin palabras. No sabía que sus acciones le dolieran tanto a An. Él la quería, sí, la quería mucho, pero tenía miedo de entregarse por entero a una sola mujer.
-No sé qué decirte, An. Me duele verte así, pero no sé qué hacer, no soy bueno en esto –torció el gesto en una mueca de tristeza. –Siento todo lo que te hice pasar, de verdad, no pretendía que fuera así. Perdóname, patita.
-Es tarde para pedir perdón, Mitch, el daño ya está hecho. Pero sí hay algo que puedes hacer por mí –le miró a los ojos y sonrió; o al menos, eso intentó.
A él se le encendió una chispa de esperanza.
-Dime.
An suspiró.
-No vuelvas a buscarme. Haz como si no me conocieras, ¿vale? Zanjemos este tema, pero esta vez, hagámoslo bien. Fue bonito lo que vivimos, pero sólo es eso, pasado, algo que no se repetirá jamás. Es mejor pasar página y empezar de cero cada uno por su camino.
-No, por favor, lo que sea menos eso –le agarró fuerte la mano, queriendo impedir algo que ya estaba más que decidido.
Ella le devolvió el apretón.
-Encantada de haberte conocido, Mitch. –Se levantó.
-Espera –la llamó.
Ambos se miraron, sabiendo que, seguramente, esa sería su última mirada en mucho tiempo.
-Quiero darte algo, An.
-Que casualidad, yo también.
Se acercó a ella. No se movió. Se agachó ligeramente y, justo cuando faltaban apenas unos centímetros para que sus labios se rozaran, ella volvió su cara bruscamente. Los labios de él sólo pudieron apreciar la mejilla mojada de la chica.
-Supongo que así es como debe ser –replicó, algo enfadado.
-Sí, así es como debe ser.
Ella le tendió una bolsa, se dio la vuelta y se fue caminando bajo la lluvia, despreocupada por el aspecto que pudiera tener.
Él sentó en el mismo banco donde, hace apenas unos minutos, había dejado escapar a la chica de sus sueños; dónde, hace apenas unos meses, fue feliz con ella. Abrió la bolsa. Al instante, miles de cuchillas líquidas salieron de sus ojos, haciéndole más daño que cualquier agresión física, cualquier palabra ofensiva. En esa bolsa, estaban los regalos que él le había hecho, los dibujos que había diseñado solo para ella, los vídeos que se habían hecho juntos.
-En esta ocasión sí es verdad –se lamentó.
Encendió el mp3 y se puso a caminar hacia ningún lado. En su reproductor sonaba Superhuman.
-Con esta canción te gané, y con esta misma te
pierdo –susurró.
Se aferró con fuerza a la bolsa, sabiendo que aquello era el único recuerdo que le quedaba de aquella chica que tanto había amado.



29 de junio. [1]

Hacía un día espléndido. Cielo despejado, de un azul intenso. El sol acariciaba su piel, transmitiéndole el calor que había en el ambiente. An y sus amigas habían hecho planes para ir a la piscina. Miró el reloj, Las 10.53. No llegaría a tiempo.

-A las 11 en la plaza –le informó Emma la noche anterior.- ¡No llegues tarde!
Se levantó a las 9.30, sabedora de que si lo hacía más tarde, no llegaría a tiempo. Desayunó un par de tostadas con mantequilla y un colacao. Se vistió apresuradamente para intentar conectarse antes de irse. Aunque sólo fueran cinco minutos, valdrían la pena si estaba él. Josh. 17 años, alto, guapo, pelo castaño, cariñoso, amable, sensible, protector. ‘Y bien formado’, pensó An. Se rió por lo bajo y encendió el ordenador.
Mientras se encendía aquella máquina tan lenta, fue preparando el bolso para la piscina. Una toalla, bronceador, un par de revistas, gafas de sol. Se le olvidaba algo, pero no sabía que era. Repasó mil y una veces la lista que había hecho por la noche con Lor mientras hablaban por teléfono, aburridas. ‘No será nada importante’, se dijo.
Miró el reloj para asegurarse de que iba bien de tiempo. Eran casi las diez. Por una vez llegaría a la hora acordada.
Hizo la cama y se sentó frente al ordenador. Abrió el msn y se conectó tan rápido como pudo. Echó un vistazo a sus conectados. Él no estaba entre ellos. Suspiró. ‘Es temprano, seguramente esté durmiendo’. Se puso en Ocupado para que nadie le molestara. Decidió repasar de nuevo la lista para ver qué era aquello que no lograba recordar. Vio por el rabillo del ojo cómo la pantalla del ordenador era invadida por una ventana que ella no había abierto. Pensó que sería alguna de sus amigas; una de las 2 ó 3 que vivían a 10 pasos del lugar en el que habían quedado. Siguió repasando. De pronto, recordó a qué piscina iban. Bajó corriendo a la cocina, irrumpiendo en ella como un depredador arremete contra su presa. Su madre se sobresaltó.
-Pero ¿qué haces, An?
An se apoyó en la encimera, evitando caerse tras haber resbalado con un pequeño charco de agua que venía del congelador. Se había vuelto a descongelar.
-Perdón, mamá. Oye, ¿hay pan? –preguntó.
-Creo que sí. Limpia el charco y yo voy a mirar.
An asintió a regañadientes. Su madre siempre sabía cómo hacerla trabajar en casa, por muy pequeña que fuera la tarea.
Cogió la fregona y limpió el charco. Acto seguido, entró su madre con media barra de pan en la mano.
-¿Para que lo quieres?
-Acabo de recordar que me tengo que llevar la comida a la piscina –le informó.
Su madre suspiró.
-Ahora te lo hago.
An sonrió. Se abrazó a su madre y salió de la cocina tal como entró, como una bala. Al entrar en su cuarto, se acordó de que alguien le había hablado por el msn. ¡Qué cabeza la suya!
Se sentó de nuevo, desganada, frente a la pantalla. No tenía ganas de que sus amigas le metieran prisa; esta vez, llegaría temprano.
Se quedó de piedra cuando vio la ventana del msn. Arriba, un nick, no muy trabajado, pero que a ella, por alguna razón, le encantaba. A la izquierda, una foto que le volvía loca. A la derecha, un cuadro informativo: [JoSh] nada de ouro pode ficar… aparece como desconectado.
-Mierda –dijo por lo bajo. -¡Seré idiota!
Se disponía a cerrar la ventana cuando se dio cuenta de que Josh le había dejado un mensaje:
[JoSh] nada de ouro pode ficar… dice:
· An?
· Vaya, supongo que ya te habrás marchado
· Que… esto… ¿te puedo llamar esta tarde?
· No sé por qué pregunto, ya veo que no estás, jeje
· Bueno, yo te llamo, si me lo coges bien, sino, hablaremos mañana, ¿vale?
· Te quiero.
Se le paró el corazón. ¡Iba a llamarla! ¡No se lo podía creer! Tenía que contárselo a sus amigas, pero no tenía saldo y faltaba mucho para que se fuera. O no. No había mirado el reloj desde que se conectó. Giró lentamente la cabeza hacía el reloj que había colgado en su pared. Las 10.48. Mierda.
Cogió el bolso, suspendió el ordenador y salió pitando escaleras abajo, cruzando los dedos para que a sus amigas les fallara aquella vez su sentido de la puntualidad.

#1

-Es por ella, ¿verdad? Es esa maldita entrometida la que te absorbe el tiempo que debería ser mío, ¡NUESTRO!
Sentí que me fallaban las piernas. Otra discusión. El mismo tema: ella. Mi cabeza era un auténtico caos de risas, llantos, gritos, peleas. Momentos, al fin y al cabo, nuestros, que ella intentaba robarme.
-Eres una paranoica, Kate -se limito a contestarme.
Enfurecí. Me precipité sobre él; puños, patadas, gritos, llantos, todo en vano. Él ya me tenía sujeta por las muñecas.
-Kate, escúchame. Por decimonovena vez, Rach es una amiga. ¡Amiga y nada más! ¿Cuándo vas a entenderlo?
Me deshice de su agarre tranquilamente. Levanté la cabeza y le miré a los ojos, por primera vez en toda la discusión, sin furia, rabia, u odio.
-Cuando tú me lo demuestres, Jake -caí al suelo, clavando mis rodillas en él. No sentí dolor alguno, el daño ya estaba en una parte mucho más profunda de mi ser. -Estoy harta, ¿sabes? Harta de que ella parezca ser más importante en tu vida que yo. ¿Cuánto hace que nos conocemos, Jake? ¿Qué pasa? ¿Hemos dejado de ser los mejores amigos que fuimos al empezar esta relación? Porque si es así, no estoy dispuesta a soportarlo. -Desvié la mirada hacia una fotografía que había sobre la mesita de noche de su cuarto. Eran dos niños. Dos amigos. Dos hermanos. Sonreí. -No quiero ser simplemente la chica a la que besas, a la que abrazas, a la que amas. No quiero que busques en otras chicas la confianza que yo puedo darte; la confianza que teníamos, y por algún motivo, despareció cuando ella se cruzó en tu camino, Jake.
Se sentó a mi lado, abrazándome como aquella noche, dos años atrás, cuando me dio nuestro primer beso. Suspiró.
-No ha desaparecido nada, Kate. Sigues siendo mi mejor amiga, solo que ahora eres algo más aparte. Si no te cuento ciertas cosas es porque no quiero preocuparte, no porque no confíe en ti. -Me estrechó aún más entres sus brazos; me rendí.
-Jake, yo..-puso su dedo índice con cuidado sobre mis labios.
-No lo sientas, tienes razón. Además..
-¿Sí?
-Me encantan tus celos. -Sonrió, satisfecho.
Me preparé una buena respuesta, pero preferí dejarle ganar. Solo por esta vez.
-Bueno, sí, soy una celosa empedernida. ¿Y qué? A ti te encanta y yo no me arrepiento de serlo. Todos felices.
Me miró confundido al ver que no le reaccionaba como él espraba. Comprendió que ya había habido suficientes gritos, al menos, por una semana.
-Te quiero, pequeña, más que a nada.
-Lo sé, bebé, lo sé.
Buscó con urgencia mi boca. No le puse resistencia alguna. Lo necesitaba; lo necesitábamos. Me perdí entre sus besos, disfruté despacio cada una de sus caricias y dormí enredada en su abrazo, un abrazo fuerte, intenso, asegurándome que estaría ahí, a mi lado, al despertarme.
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