29 de junio. [2]

Tenía siete minutos para recorrer cinco calles en las que los semáforos peatonales se encendían pocas veces para dejar paso. Genial, había madrugado para nada.
Sentía como se empezaban a formar pequeñas gotas de sudor en la frente, bajo aquel flequillo ladeado que tanto le costaba dominar. No tenía tiempo para buscar una horquilla, así que no le quedó otra que aguantarse el calor.
Perdió el equilibrio dos o tres veces mientras corría, pero no se calló ninguna de ellas. ‘Mierda de chanclas’, pensó.
Cuando quiso darse cuenta, estaba a dos cruces del sitio en el que habían quedado. No venía ningún coche, por lo que se apresuró a avanzar hacia la acera de enfrente.
Miró el reloj y vio que apenas eran las 11:02; estaba salvada. Se paró un momento antes de seguir para coger un poco de aire: la carrera la había dejado agotada.
Se enderezó y se aproximó con paso decidido hacia el último cruce que le quedaba; echó una mirada por encima de los coches que pasaban con extrema rapidez por aquel semáforo que ya estaba en ámbar. No logró ver nada: los coches veloces hacían de la plaza un borroso paisaje.
Esperó con paciencia a que se pusiera en verde el semáforo peatonal y comenzó a andar, por primera vez en toda la mañana, sin prisas. Las había visto desde la mitad del paso de peatones, sentadas en el banco de siempre, cotilleando sobre los chicos que había dos bancos más allá de ellas. Em fue la primera en verla y en darle la bienvenida con un caluroso abrazo que pronto compartieron con Sarah y Lor.
-Bueno, venga, que mi padre ya está esperándonos en la cochera –informó Sarah.
-¿Dónde está la cochera? –preguntó An, mientras pequeñas gotas traicioneras le bajaban por la frente y los laterales.
-Cerca, tranquila.
Encontraron la cochera mucho antes de lo que se imaginaron, con el padre de Sarah, Gerard, ya dentro de él.
-Venga, tardonas, que os robo las entradas y me voy yo solo, ¿eh? –bromeó.
A pesar de que el coche tenía siete asientos según creyó calcular An, estuvieron todo el camino apretujadas, echándose unas encima de otras en cada giro brusco del automóvil.
-¡¡GERARD!! –Gritó Em-. ¡Más despacio, hombre, que no estamos espachurrando!
El interpelado soltó una estrepitosa carcajada mientras las cuatro amigas se miraban cómplices.
-Déjalo, Em –dijo Sarah- son cosas de la edad –rió.
El coche se convirtió de pronto en un espacio de escandalosas risas que sonaban por encima de la radio del mismo.

Llegaron a la piscina sobre las once y media, minuto arriba, minuto abajo. Ninguna de ellas recordaba haber ido a aquella piscina, exceptuando a Lor, claro está, que era la que las había invitado.
-¿Por dónde se entra, Lor? –inquirió An.
-Por esa puerta –respondió señalando una verja metálica aún cerrada.
-¿Segura?
-Que sí, lo que pasa es que creo que hasta las doce no abren.
-¿Y qué hacemos mientras?
Se echaron otra de sus miradas de complicidad y en ese mismo instante salieron a correr hacia la acera que había en frente de la puerta por la que más tarde entrarían a la piscina. Se sentaron, sacaron sus respectivas cremas y se pusieron a untárselas.
-Cualquiera que nos vea… -dijo Em entre risas.
-Déjalo, tía, a quién no le guste que no mire –contestó An con una sonrisa enorme en la cara.
Mientras se embadurnaban de crema protectora, pasaron unos tres ó cuatro coches que apretaron sus bocinas en dirección a las ch
icas. Ellas, muertas de la risa, les devolvían el saludo con un sonoro ‘¡Hasta luego, majo!’ o con un simple ‘¿A qué estamos buenas?’
-¡Qué bien nos lo pasamos! –rió Lor.
Pasaron quince minutos y aún seguían en todo el sol, esperando a que la verja se abriera. Entonces, una furgoneta amarilla con el logo de una empresa que no reconocían, se aproximó hacia ellas.
-Hey, chicas, ¿sabéis dónde está la entrada a Sanch Brave? –preguntó el conductor.
-Pues… supuestamente por ahí –le respondió An señalando la dichosa verja.
-¿No hay otra entrada?
Las chicas se encogieron de hombros mirando a Lor.
-Yo con mi padre siempre he entrado por aquí –se excusó.
El conductor asintió en silencio y siguió con su furgoneta hacia delante. De repente, vieron cómo el automóvil se perdía por un camino hacia la izquierda en el que ellas no habían reparado.
-Lor… -dijo An, irritada- 'Esta es la entrada, chicas, a lo mejor es que no abren hasta las doce' –se burló, imitándola.
-Chicas… -retrocedió.
Sarah, Em y An echaron a correr tras ella, conduciéndola sin ella saberlo hacia el misterioso camino. Cuando llegaron, encontraron la entrada y en ella a un par de guardias de seguridad. Pararon en seco y se colocaron detrás de Lor, a quién empujaron para que avanzara primero.
-Em... hola.
-Hola –saludó el guarda-. ¿Venís a la piscina?
-Sí –respondió Lor mientras buscaba las entradas en el bolso.
-Lo siento, hoy está cerrada.
Las chicas se miraron con una mueca de enfado que asustó a Lor. De repente, el guarda soltó una carcajada que hizo que las amigas se descolocaran. Cogió las entradas que tenía Lor en la mano y arrancó las cuatro que correspondían.
-Hay que ver, estos niños de hoy en día se lo creen todo.
An dejó caer una risita muy irónica que el guarda pareció entender, porque se dio la vuelta y las dejó allí dándoles a entender que la conversación había acabado.
-Por aquí –las guió Lor.
-¿Estás segura? –Preguntó An desconfiada al ver que las llevaba hacia un lugar en obras-. Yo creo que es por allí –señaló la dirección contraria.
-¡Que no! Es por aquí.
-Bueno, vale.
Antes de dar siquiera dos pasos más, el mismo guarda de antes las llamó.
-¿Se puede saber a dónde vais? ¡La entrada es por allí!
Se dieron la vuelta sin rechistar con una sonrisita avergonzada en la cara, planeando el próximo funeral de su amiga Lorelain.

3 comentarios:

  1. Y que dia de emociones eh pequeña Ann?
    Te quiero tanto <3

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  2. Sí, tía, como lo sabes (L)

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  3. sigue la historia ;) k kiero saber k pasa al final e.e segun tu punto de vista claro jaja lo demas ya lo se yo enana ._.

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