When you FALL in love. (2)

A la mañana siguiente, Kath se despertó cuando apenas empezaba a salir el sol. Para su sorpresa, no se sentía apenas cansada. Intentó conciliar el sueño de nuevo, solo porque la idea de levantarse mientras los demás dormían no le agradaba mucho.
Recordó entonces que su móvil llevaba dos o tres días sin batería, por lo que se levantó a buscar el cargador, procurando no hacer ruido, y lo enchufó. Al encenderlo, le saltaron quince mensajes: once de sus amigos y cuatro del buzón de voz. El último, era del día anterior a las doce y trece minutos. El número no lo conocía, por lo que llamó al buzón de voz para ver si había dejado mensaje. Efectivamente:
Ey, Sherlock, creo que has perdido algo. ¿Vas a llamar a Watson o prefieres atrapar directamente al ladrón?
-Gilipollas –susurró cabreada.
Decidió no darle el gusto de devolverle la llamada, así que se tumbó de nuevo en la cama y cerró los ojos con fuerza, obligándose a dormirse o a despertarse de aquella pesadilla.
Logró su propósito: durmió hora y media más, pero deseó no haberlo hecho; había soñado con él, con su sonrisa de superioridad, su carácter egocéntrico, su manera de ser, totalmente confiado de sí mismo, con sus pantalones caídos, su pelo revuelto, aquella gorra roja, su preferida según parecía por tantas veces como la llevaba…
-¡BASTA! –Le gritó a su propio pensamiento.- Está bien, tú ganas, iré a buscarle.


Salió de su casa sobre las doce, creyendo ser ella la que manejaba la situación, la que decidía cuándo y dónde se verían. Por supuesto, estaba equivocada: mucho antes de haber decidido ella que iría a su encuentro, Dany ya estaba preparando su ropa, sabedor de que Kath no rechazaría su invitación.
La mañana estaba fresca a pesar de que el sol lucía bien alto. Llegó a la plaza cuando empezaban a posarse algunas sombras sobre el suelo. Se lo encontró sentado sobre un banco cercano al sitio dónde se habían encontrado la noche anterior. Al verla, sonrió.
-Idiota –dijo Kath.
Dany se incorporó y la esperó con paciencia, no tenía prisa alguna.
-Sabía que vendrías.
-Ve al grano. ¿Qué he perdido?
-¿Te crees que te lo voy a dar sin recibir nada a cambio?
-Oh, por supuesto que no, eres demasiado estúpido como para tener un gesto amable. De todas maneras, no te he dicho que me lo des, sino que me digas qué he perdido.
-Bueno, me da igual: dar, decir; al fin y al cabo sales ganando tú y yo sin nada.
-¿Qué quieres?
-Mmm… -se quedó un rato en silencio, haciéndole creer a Kath que estaba pensando en lo que le iba a pedir cuando en realidad él lo tenía muy claro.- Verás… esta noche hay un concurso de break en la Plaza de San Sebastián. El edificio este alto, de color miel que hay junto a un…
-Eres desesperante –le interrumpió.
-Am, gracias, pero me has hecho perder el hilo. ¿Por dónde iba? Oh, no me acuerdo, tendré que empezar de nuevo –sonrió, satisfecho de haberla puesto de los nervios.
Kath hizo ademán de darse la vuelta, pero entonces Dany acabó su frase.
-…y quiero que vengas conmigo.
-Perdona, ¿qué has dicho?
-Que quiero que vengas conmigo. ¿A qué hora te paso a buscar?
-¿A las 25:75 te viene bien? –se burló ella, molesta.
-Em, no, a esa hora tengo dentista: unos dientes tan perfectos no se consiguen solos.
-Qué pena, yo antes de esa hora no puedo.
-Bueno, que sea después entonces, no tengo prisa, cariñito.
-Estupendo –susurró ella.- ¿Y cómo puedo estar segura de que tienes algo mío de verdad y que no te lo estás inventando?
-Ahí tienes razón: no puedes estarlo. O te fías de mí o… -se calló un momento, esperando a que ella le saltase.- Vaya, esta frase no las acabado; pierdes facultades. A lo que iba: o te fías de mí, o te fías de mí.
-¿Y si no me fío?
-Lo harás.
-¿A qué hora es la fiestita esa?
-Primero: no es una fiesta, es un concurso. Segundo: no tiene hora fija; cuando lleguen todos los participantes, empieza. Da igual que sean las nueve de la noche o las tres de la mañana.
-Ay, que pena, pero es que mi mami hasta tan tarde no me deja, otra vez será.
-Tú tranquila, tito Dany lo soluciona.
Kath se quedó callada, meditando la manera menos humillante de aceptar su propuesta.
-Está bien, no haré que hieras tanto tu orgullo: te paso a buscar a las ocho. Estate preparada, cielín.
-Qué amable. ¿Y por este gesto no pides nada a cambio?
-¿Lo dudabas? –Dany se agachó hasta quedar a la altura de Kath, se inclinó sobre ella y le dio un beso en la comisura del labio.- Pero tranquila, te lo cobraré esta noche.
Con las mismas, se irguió, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Kath confundida, cabreada y, por desgracia para ella, con ganas de más.

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