Maldito cumpleaños

Noche. Noche oscura, noche fresca, noche sin estrellas. Sin aquella estrella en forma de pico de pato que tanto le había gustado antes. Esa que tanto habían observado juntos en aquel mismo campo sin más calor que el que sus cuerpos desprendían. Abrazados, tumbados en la hierba junto a una fogata ya consumida, reían y charlaban sobre las cosas más estúpidas que se les podían ocurrir. Sin embargo eran felices. Aquella alegría que surge en nuestro interior sin ningún motivo. Aquella era su alegría.
Y ahora ¿qué quedaba de todo eso? ¿De aquella felicidad? ¿De aquellos momentos? NADA.
Se levantó de la cama y se puso a ojear los numerosos paquetes aún sin abrir que le habían entregado. Había sido un día largo y cansado, los cumpleaños son todos iguales: felicitaciones, familiares, tarta, regalos y a la cama. Pero An no tenía ganas de dormir. Abrió unos cuantos envoltorios y se encontró con dos CD’s, un libro, un bolso y un estuche de colonia. Todo muy bonito, pero nada interesante. Llevaba todo el día con el móvil apagado; tenía miedo de encenderlo. Eran casi las once, faltaba más de una hora para acabar aquel maldito día y empezar uno peor.
-Quién me mandaría nacer un once de abril –se decía a menudo.
Guardó los regalos abiertos y dejó los aún cerrados en un rincón de su cuarto. Lo único que no colocó fue la colonia. Abrió el cajón de su mesilla y rebuscó por el fondo. Sacó un pequeño frasco totalmente desigual, al menos en apariencia, a su nueva adquisición. Sin embargo, al destaparlo, toda su fragancia inundó la habitación, sumiendo a An en un doloroso mar de recuerdos.
Un año atrás.
-No me parece nada bien lo que estás haciendo, An. Los cumpleaños son para pasarlos en familia. ¿Aún recuerdas lo que es eso?
-Claro, mamá, pero resulta que esa familia de la que hablas no llegará a tiempo para esta noche. Por tanto, se pospone para mañana la gran celebración.
-Al menos podrías pasar la noche en casa. Tienes 16 años, eres muy joven para…
-No, perdona, tengo 17 recién cumplidos y no sé qué es lo que te piensas que voy a hacer. Sea lo que sea, te aseguro que no es la primera vez… -Chloe, su madre, sintió como huía la sangre de su rostro- … que paso la noche fuera de casa. Así que no veo mayor preocupación. Bueno, esto ya está –comentó An cerrando una pequeña bolsa de viaje-. Mañana por la mañana me tendrás aquí, prometido.
Sin darle tiempo a despedirse, An salió de su cuarto, bajó las escaleras y cerró la puerta tras de sí. Se metió en el ascensor lo más rápido que pudo antes de que su madre corriera en su busca.
Al abrir la puerta del portal se topó con una temperatura ideal, demasiado buena para esa época. Todo le estaba saliendo bien, al menos con Mitch. Aunque aún no hubiera pasado nada sabía que no tardarían mucho en darse su primer beso, aquel que An tanto ansiaba. El ruido del motor de lo que parecía ser una Vespa GTS la sacó bruscamente de sus pensamientos. Levantó la cabeza en busca de aquel barullo, pero solo encontró el rastro de humo que había dejado a su paso una moto cualquiera.
Miró el reloj. Aún era temprano así que decidió sentarse en el escalón del portal a esperar. Sacó su mp3 y se puso a escuchar algo de rap para no quedar mal cuando él llegara. Cerró los ojos y se dejó llevar por la Barcelona que Zpu y Nach le describían. Un pequeño roce en el hombro la sobresaltó.
-Tranquila, An, soy yo.
-Oh, Josh, ¿qué haces aquí?
-Venía a felicitarte.
La chica se levantó y le abrazó fuerte, susurrándole un gracias tan desganado que hizo que el muchacho se apartara.
-Te había traído algo…
-¡An! –Gritó una voz desde el otro lado de la calle-. Vámonos.
-Cielo yo… -intentó excusarse.
-No pasa nada –le cortó Josh-. Vete.
An le dio un fugaz beso en la mejilla y corrió a encontrarse con Mitch, quién la esperaba sentado en la moto con cara de pocos amigos.
-¿Qué quería ese imbécil?
-Ese imbécil es mi amigo, así que cuidado con el tonito.
-Vale.
Se marcharon tan veloces que a la chica apenas le dio tiempo de ver si su amigo Josh aún seguía allí. Se maldijo para sus adentros. No muy lejos del portal donde se habían encontrado minutos atrás, yacían en una papelera, un tanto destartalada, unas rosas rojas aún jóvenes que lloraban, al compás de su dueño, la pérdida de la mujer amada.

-Qué estúpida, fui, joder –tiró el frasco de mala gana contra la pared, que se impregnó enseguida de aquel olor.
-¡An! ¿Qué ha pasado? –gritó su madre desde abajo.
-Nada, mamá, me cayó un frasco.
-¡Recoge los cristales no te vayas a cortar!
-Sí, mamá…
Se recostó sobre la almohada mirando la ventana y con el móvil en la mano.
-No hay por qué tener miedo. –Encendió el móvil.
Movistar, saludo de bienvenida, código pin, movistar de nuevo. Buscando red, abriendo información de contacto. Nada. Dejó el móvil sobre la mesilla, cogió el mp3 y se lo puso a todo volumen, dejándose llevar esta vez por Reik y su Inolvidable canción. Poco a poco se fue adormeciendo con Celine Dion hasta quedar completamente sumida en el mundo de los sueños. Aquellos que ella elegía.

23:59. Su fatídico día a punto de acabar. Bip bip.



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