Quien juega con fuego arde de placer

Jackelyn se aburre. Decide saltarse la clase de filosofía alegando que tiene un dolor inhumano de cabeza y que está mareada. Sale de clase sonriendo a espaldas del profesor y se dirige al patio a que le dé el aire. En la pista, una clase dando gimnasia corre alrededor del área marcada.
-Siempre he pensado que correr en círculos es de gilipollas –se dijo.
Se sienta en el banco de siempre y saca el cigarrillo medio consumido que había tenido que apagar antes de entrar al instituto.
Echa una mirada despreocupada a su alrededor cuando ve una silueta musculosa acercándose a la fuente que hay detrás de los árboles que tapan el banco. Guarda el cigarro, se coloca la camisa y se acerca.
-Matty –sonríe.
Él sigue bebiendo agua sin prestarle atención a la chica.
-Oh, venga, ¿cuánto tiempo vas a intentar ignorarme?
-No lo intento, lo hago, Jacky.
-No entiendo tu puto juego. Primero me vienes a buscar para que te haga un completo y ahora pasas de mi culo.
-Podría preguntar lo mismo, pero es que me la sudas, ¿sabes? Entérate ya.
Se agacha de nuevo a la fuente para dar un último trago antes de irse. Jacky, ofendida, apaga su cigarro en el agua mientras él bebe.
-Que te jodan, guapito.
Matt escupe las cenizas aguadas y agarra a Jacky del brazo.
-Eso es lo que tú quieres, ¿no? Que te joda pero bien.
La besa. Con intensidad, con furia, con rabia, con deseo. El morbo de ser descubiertos por cualquier profesor. De ser vigilados por ventanas vecinas. Jacky se pega a él, sintiendo la aceleración acompasada de sus corazones. Y entonces él se aleja. Y la deja con los labios rojos, hinchados. Y ella ve como sus torpes piernas le fallan y queda de rodillas en la tierra, con el sabor de lo prohibido recorriendo su boca.

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